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Conferencia de Gonzalo Moure y Gustavo Martín Garzo en DIEZ (5/11/2010). 17/01/2011

Gustavo Martín Garzo

Gonzalo Moure (presentado por Carmelo Fernández) y Gustavo Marín Garzo (presentado por José Luis Espina) hablan en DIEZ, durante las X Jornadas de Literatura organizadas en Pravia por la Asociación de Escritores de Asturias.

Pulsa en cada uno de los siguientes enlaces para ver los vídeos.

GONZALO MOURE: 1ª parte; 2ª parte; 3ª parte.

GUSTAVO MARTÍN GARZO: 1ª parte; 2ª parte3ª parte; 4ª parte.



Los vídeos están producido por BRACKET CULTURA y editado por José Luis Espina para la AEA. Música de Jacobo de Miguel.

Donde nadie me llama (Poesía 1980-2010), de Fernando Beltrán. 17/01/2011

 

Donde nadie me llama. (Poesía 1980 – 2010)
Fernando Beltrán
Prólogo de Leopoldo Sánchez Torre
poesía Hiperión
Madrid, 2011

 

 

 

La poesía de Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) ve cumplido un ciclo en Donde nadie me llama, balance de su obra y, por tanto, de su vida ("Y al decir mi vida quiero decir mi poesía"). Esta casa es contigo, el verso final, podría haber sido también un buen título para este libro, peo es sobre todo una confirmación y una mirada hacia el futuro: la poesía es la casa que el poeta abre para la entrada cómplice -no necesariamente cómoda o complaciente- del lector, una casa prestada. No sabemos lo que nos espera, pero sí que lo que haya de venir vendrá tutelado por la misma actitud rebelde e indiscreta y por el mismo compromiso con el lector que han hecho de ésta una de las aventuras poéticas más estimulantes e imprescindibles de las últimaas décadas.

Leopoldo Sánchez Torre.

Del rincón a la esquina, por Juan García Campal. 17/01/2011

 

DEL RINCÓN A LA ESQUINA
 
Lleva días, semanas, arrinconado por un relato. Mejor: lleva días, semanas, arrinconado en un relato.
 
También es verdad que solamente a su editor se le podría haber ocurrido pedirle un texto que versara sobre un milagro acaecido –real o inventado, que provocó- en la ruta compostelana; y solamente a él, el publicado, se le podría haber ocurrido responder al reto con un: imaginado, por supuesto, rodeado de humo y seguramente acompañado de sonrisa y caída de ojos al más puro estilo Humphrey Bogart. Quién, si no su editor, y más reuniendo ya la condición de amigo, sabría tocarle mejor los mecanismos del imposible a este descreído y desorientado amigo de la escritura –léase escritor por orden del editor y deseo del amigo- y, más, a esta altura sacrosanta y comercial del año, tan amorosa y fraternal ella.
 
Se decía: ¡Un milagro en el camino!… y tú de autor. Hay que ver, te apuntas a un bombardeo. Y encima, la novela durmiendo el peor de los sueños injustos, el abandono. Se lo decía, pero seguía en sus cavilaciones sobre el viaje y su portento.
 
No era poco ya el retiro en el trato de las gentes, o arrinconamiento, en que vivía nuestro autor, cuando, ya superado el plazo para la ejecutoria del prodigio –no otro fenómeno puede esperarse de su factura nada sobrenatural y, aún menos, divina-, tuvo la primera aparición de san Javier Lasheras (Diego Medrano dixit et ego reitero) convocándolo a estar presente en La esquina de LITERARIAS sin más previo estipendio que unas letras, palabras, frases, texto de un folio y medio aproximadamente.
 
Aún forzó el escéptico escribiente una segunda aparición de su venerado Javier, y más por aquello de cerrar pacto y plazo, que por el que se le podría suponer ver para creer; y esto dicho en su pro, que bien puedo dar fe de que no hubo tiempo ni lugar en su cabeza para la más mínima consideración al respecto de la inocente data de tan virtual prima manifestación.
Fijóse pues el plazo de abono de las letras: a diez días vista; y aún el venerable tornó más excelsa esta segunda aparición, que añadió magnánima y amiga una condición más al trato: lo único que te pido es que lo pases bien escribiéndolo. No se aparecieron tronos, querubines ni serafines; no sonaron arpas, liras, ni violines. Oportunidad perdida, no se le pidan después a este escribiente mejores fes. Si el lugar común dice que la ocasión la pintan calva, nunca los cielos tendrán oportunidad con origen y destino forjados en frentes más despejadas.
 
Y ahora, ya en su mundo real, no virtual, nuestro escribidor conjetura, arrinconado contra el reloj y el espacio en blanco, sobre esquina y rincón, sobre rincón y esquina. Y en este viaje interior siente el gozo de la complementariedad de lo opuesto. Y se admira de cómo, a pesar de ser líneas rectas e inversos ángulos, convexo, cóncavo, los que representan mentalmente rincón y esquina, siente su encaje como la perfecta, armónica, redondez de su quehacer. Porque bien es cierto que tiene tendencia a arrinconarse, que así se ve si se repasa en el propio acto de la escritura, todo dispuesto hacia su rincón, refugio, que lo aísla y defiende del los cotidianos trajines y ruidos de la vecindad; y así también se ve cuando se entrega al más preciado acto de la lectura, arrinconado, hasta las orejas, en el viejo sillón, en el rincón más defensivo y defendido de la casa. Armarse de lectura, leer, allí, es a la vez velar el resto de armas no elegidas para la ocasión. ¿Acaso no es la biblioteca la sala de armas de la razón, de la intelección, del conocimiento?
 
Sí, siempre tiende al rincón nuestro escribiente. Dónde, si no, ubica su puesto de observación cuando sale al encuentro con la vida ajena, a la búsqueda y captura de actitudes, aspectos, usos y comportamientos desconocidos u olvidados que tarde o temprano perfilen a sus personajes; ¿no es así, desde el rincón, como observa y absorbe los lugares? ¿No tiende a arrinconarse en el café?, ¿no lo hace en la plaza?, ¿no transita, en realidad, arrinconado, por el medio de la calle, intentando fotografiar, desde el detalle al panorama, los ambientes en que serán soltados a su propia vida los personajes fruto de tantas aprehensiones? En su vida misma, incluso, ¿no es arrinconado el modo en cómo va, cómo se acerca a la esquina, a las esquinas?
Sí, así es. La esquina, por más que sea lugar habitual y multiplicado, siempre guarda para él un algo de inseguridad, siempre representa una innecesaria exposición al azar. Una posibilidad de rotura del ensimismamiento, de la reflexión, de la íntima voluntad y propósito otorgado a cada momento es doblar cualquier esquina. Un aventurarse a fuerzas ignotas, imprevistas, indeseadas; un arriesgarse a ser absorbido como personaje por cualquier otro creador representa torcer una esquina, que una cosa es recrearse creando aventuras y desventuras y otra muy distinta desear ser objeto sujeto o sujeto objeto de los caprichos artísticos de un otro.
Y esto, hablando escrituradamente del transitar esquinas, que si considera el acto de permanecer ante cualquiera de ellas, ya el sentimiento de desvalimiento crece desmesuradamente. Entonces sí que la conversión en simple objeto expuesto es real y total hasta la angustia. Nada le enerva tanto como tener que permanecer en una esquina. Es como que los ojos todos del mundo, como que todas las miradas, confluyesen en él. Y lo que es peor, no habrá ropaje capaz de aliviarle el frío que siente, vulnerable, indefenso. Cualquier esquina tendrá el poder de hacerle sentir el desnudo más integral y agresivo, el del cuerpo, el del espíritu. Desnudez hasta la transparencia, pérdida de toda esencia. Algo mucho peor que verse publicado, que saberse leído, que saberse ya no osado hasta la escritura, sino insolente hasta la publicación.
 
Y ahora que cae, bien podría haber escrito, brevemente, que el viaje del rincón a la esquina le representa eso, el viaje desde el rincón, desde el acto de la lectura y la escritura, desde el ser, en recogimiento, hasta la publicación y el acto de ser leído por otros, hasta la esquina, el estar, la exposición pública. Y le viene ahora, como para facilitar las cosas, otra de las eternas preguntas del escribidor: ¿en esto de la escritura –literatura, le parece palabra mayor- se podrá ser sin estar?
 
Y creía él que iba a solventar algo con esta peque&ntild
e;a excursión desde el rincón a la esquina. Se dará por contento si a compañeros y lectores este dinacuatro y medio no les parecen casi dos folios de a folio.
 
Juan García Campal es escritor. Su último libro, Textos al aire, apareció en 2010 en la editorial AKRON narrativa.
 
 
 
 
 

 

De dioses y hombres: El misterio de la fe. Por José Havel (14/01/2011).

El asunto causó un enorme revuelo en su momento. La noche del 26 al 27 de marzo de 1996, siete monjes cistercienses franceses del monasterio de Tibéhirine, a unos sesenta kilómetros de Argel, en el Atlas, cerca de Blida, fueron secuestrados y asesinados en misteriosas condiciones, después de que un grupo de fundamentalistas islámicos ejecutara a un equipo de trabajadores extranjeros y el pánico se apoderase de la región. De los monjes católicos, que decidieron quedarse tras rechazar la protección de las fuerzas armadas argelinas, no se encontró más que sus cabezas algunos días más tarde. Oficialmente atribuidas al GIA (Grupo Islámico Armado), tan trágicas muertes nunca fueron verdaderamente aclaradas. Son varias las hipótesis que aún hoy se barajan, de entre las cuales una de ellas apunta a un error del ejército argelino.

De dioses y hombres (Des hommes et des dieux, 2010), quinto largometraje de Xavier Beauvois y Gran Premio del Jurado en Cannes, se inspira libremente en este drama que en su día suscitó una gran conmoción y que continúa planteando numerosas interrogantes. Como, por ejemplo, por qué los monjes cristianos, sabiéndose amenazados, no regresaron a Francia, a pesar de la insistencia de los gobiernos francés y argelino; o cuáles eran sus relaciones con los terroristas y con el ejército de Argelia.

Ocho años después de que el ejecutivo de Jacques Chirac diese enseguida por buena la versión oficial argelina (el GIA como único culpable del secuestro y de la degollación de los inocentes), que jamás convenció a los familiares de los mártires cistercienses, en 2004, a instancias de las familias, el Estado francés aceptó una posible revisión del caso.

Todavía en 2009 un general jubilado, antiguo consejero militar en Argel durante los hechos, confesó ante un juez instructor que, en realidad, los autores de los asesinatos no fueron los terroristas islámicos, si no el ejército regular argelino. Al general jubilado François Buchwalter, agregado militar en la embajada francesa en Argel cuando sucedió la matanza, y compañero de estudios de un general argelino que le dio la versión ocultada como alto secreto en Francia y Argelia, afirmó que helicópteros del Ejército del país magrebí sobrevolaron el monasterio y creyeron atacar a un grupo armado islamista. Argel ha sostenido siempre que los monjes habían sido degollados por los extremistas. Pero la única verdad es que sus cadáveres no aparecieron nunca: “habían sido acribillados a tiros por militares argelinos”, dijo Buchwalter a partir de la información de primera mano de su confidente. Ante la indignación de Argelia, Nicolas Sarkozy prometió levantar el Secret Défense (Secreto de Estado) para que la Justicia pueda llegar hasta el final del asunto.

Con De dioses y hombres Xavier Beauvois constata el elogiable giro artístico emprendido hace cinco años con Le Petit Lieutenant (2005). La fibra militante, sincera pero no bien calibrada del todo, de sus primeras obras (Nord, 1991; N’oublie pas que tu vas mourir, 1995; Selon Matthieu, 2000) se ha difuminado en favor de un cine liberado de apriorísticos lastres de guión. Lo más cerca posible de sus personajes, en su última creación sondea el conflicto moral, político y religioso de una comunidad atormentada por la duda y serenada por la fe, sin proselitismo ni militantismo. La militancia, suerte de marca de fábrica del realizador, está presente, sí, aunque más en segundo plano, como elemento intrínseco de la narración, y no como un manifiesto en sí mima. Igual que en Le Petit Lieutenant, el discurso ideológico no se agita cual estandarte, sino que se desprende de las elecciones, modos de vida y acciones de los personajes. Desde este modus operandi Beauvois aporta algunas pistas de reflexión que pueden sostener el debate en torno a la cuestión, sin ninguna manera hacer de ellas la médula espinal de su filme.

El discurso fílmico atiende a una puesta en escena sosegada, despojada de florituras, de ritmo premioso, que se demora en torno a los numerosos ritos religiosos que jalonan la cotidianidad de los monjes, así como alrededor de las tareas que desempeñan en pro de los habitantes de la región, terroristas islamistas incluidos, a los que también prestan cuidados humanitarios cuando acuden a ellos heridos. Médicos, agricultores, escribanos públicos e incluso confidentes, los miembros de la pequeña comunidad cisterciense de Tibéhirine están totalmente integrados, dispensando ayuda material y espiritual, en un lugar de cultura (musulmana) sumamente extraña a la suya, donde se les considera como hermanos protectores por parte de todos sus habitantes.

Hay quienes, como Michèle Debidour, enseñante de cine y espiritualidad en la Universidad Católica de Lyon, han tildado a De dioses y hombres de thriller espiritual. Lo cierto es que la película discurre sobre la doble modulación de la incertidumbre metafísica y el filme de género, con sus ecos de western y cine de aventuras, relativos a guarniciones y fuertes asediados. En este su largometraje más inspirado Xavier Beauvois desgrana grandes momentos cinematográficos, como la confrontación por montaje entre el agresivo estrépito exterior de un helicóptero y la comunitaria calma interior de las oraciones religiosas, o la disolución visual de los monjes entre la nieve y la niebla. No obstante, la más destacable escena de este estupendo largometraje es la correspondiente a la última cena, pasaje de una belleza casi sofocante: listos para morir en comunión de espíritu, los monjes reparten el pan y el vino al compás de El lago de los cisnes, con rostros extáticos, conscientes dentro de la alegría de la fe –pese al miedo− de su peligroso destino, fieles hasta el fin a la idea que tienen de sí mismos y que da sentido a su existencia.

Más allá de la tragedia, el firmante de De dioses y hombres reflexiona acerca del misterio de la fe y el sacrifico de esos religiosos enfrentados al terrorismo, a la muerte y a una elección crucial: abandonar su misión, dejar el lugar donde viven en armonía con la población musulmana, o permanecer allí y afrontar el martirio. Los monjes cistercienses franceses
decidieron quedarse. Nada de grandilocuencia, nada de lágrimas; sí una emoción intensa, que se apodera de nosotros −y no nos abandona− a lo largo de esta obra silenciosa, serena y límpida como una plegaria. L
os silencios, en la obra de Beauvois, son auténticos modelos de puesta en escena, un aspecto de su cine que ya había alcanzado la perfección en el emocionante plano último de Le Petit Lieutenant. Pocos cineastas franceses  saben clausurar tan bien sus películas como Xavier Beauvois. 

 
 
DE DIOSES Y HOMBRES (Des hommes et des dieux). Francia, 2010. Dirección: Xavier Beauvois. Producción: Martine Cassinelli y Frantz Richard. Guión: Xavier Beauvois y Etienne Comar. Fotografía: Caroline Champetier. Montaje: Marie-Julie Maille. Diseño de producción: Michel Barthelemy. Sonido: Jean-Jacques Ferran y Éric Bonnard. Vestuario: Marielle Robaut. Interpretación: Lambert Wilson (Christian), Michael Lonsdale (Luc), Olivier Rabourdin (Christophe), Jacques Herlin (Amédée), Philippe Laudenbach (Célestin), Xavier Maly (Michel), Loïc Pichon (Jean-Pierre)… Duración: 120 minutos.

Conferencia de Jesús Palacios en DIEZ (5/11/2010). Presenta José Havel. 10/1/2011

Jesús Palacios habla en DIEZ, durante las X Jornadas de Literatura organizadas en Pravia por la Asociación de Escritores de Asturias acerca de las que considera las 10 mejores adaptaciones literarias al cine.

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Primera parte; Segunda parte; Tercera parte.


El vídeo está producido por BRACKET CULTURA y editado por José Luis Espina para la AEA. Música de Jacobo de Miguel.

De riojas, riberas y otras denominaciones de origen, por Javier García Cellino. 6/01/2011

 

De riojas, riberas y otras
denominaciones de origen
   
    Confieso mi predilección por los vinos tintos. Y, de entre estos, me inclino por los vinos redondos y completos, de colores rojos y vivos y con claros matices de madurez, lo que me lleva a frecuentar las riberas del Duero, de alta intensidad y de una acidez justa y característica.
    Sin embargo, ninguno de mis amigos y colegas —con los que suelo amenizar las tardes en alguna vinoteca de las que, afortunadamente, comienzan a proliferar en La Felguera (y les aseguro, por cierto, que en casi todas existe una creciente inclinación al mestizaje)— me habrá oído hacer comentarios despectivos hacia otras clases de vinos. Es bueno que existan los taninos dulces del rioja o los afrutados del alto Aragón, del mismo modo que enriquecen la industria enológica los toques morados del Bierzo o el mosto oloroso de los caldos del Sur.
    Nada hay de malo, pues, en que cada cual encienda las pupilas con el zumo que prefiera, siempre que ello no signifique exaltar los corazones con el monopolio de la afrenta hacia los demás, una guerra de tambores que, en el mundo de la poesía, cada día suena más alta y discordante.
    A lo que parece, vista la algazara que no cesa entre unos y otros ardientes cosecheros de rimas, hemos acabado dándole la razón a San Agustín: “La poesía es el vino del diablo”, y todo apunta a que, de continuar así, acabaremos confundiendo el relámpago con el trueno, o lo que es lo mismo, dedicándonos a encender polémicas, sin ninguna esperanza de que resulten provechosas para el paladar. Un modo poco original, por cierto, de sumirnos entre las llamas de la idiotez humana.
    Nada tengo contra quienes se deleitan con una lírica marginal, a veces próxima en su acidez al realismo sucio o al hiperrealismo, ni tampoco contra los que prefieren aclararse el buche con un caldo urbano y ligero, lleno de ironía y de humor, mientras reflexionan sobre su lugar en el mundo. Y del mismo modo, simpatizo con aquellos que se muestran partidarios de los colores puristas o de las botellas que exhiben en su parte delantera la etiqueta del compromiso civil. 
    Me resultan igual de gratos, siempre que sepan distinguir entre beber y catar, los poetas de la experiencia o los de la diferencia, los del silencio o los de las agudas declamaciones venecianas, los que se mueven por las arterias de la ciudad frente a los que sólo transitan por las cañerías de su interior. La ubicación del viñedo, el clima o la variedad del suelo pueden ser distintos en cada caso, sin que ello signifique, necesariamente, una merma en la calidad del vino. Al igual que en una cata se juzga y se clasifica, la poesía, entendida también como un arte gustativo, necesita, sobre todo, un buen olfato y una sensibilidad exquisita, que lo mismo puede proceder de un buqué medieval como de la fragancia de las metrópolis industrializadas y modernas. En cuanto a los destellos y a la calidad de los versos, quedan a la sazón de cada cual, si bien una desprejuiciada experiencia lectora ayuda mucho a la hora de encontrar los mejores aromas.
    Así pues, dejemos a un lado tantas defensas a ultranza y a deshora, y esforcémonos por compartir una cooperativa común en la que tengan cabida tanto los vinos abonados en suelos arcillosos o calizos como los que proceden de terrenos de hierro o de otras sílices. A condición, claro está, de que se incorporen en las mejores condiciones de sabor.   
     Imagino el rictus triunfalista de Cervantes, en el más que hipotético supuesto de que pudiera leer estas líneas, pues no en balde es suya la frase que atribuye a los poetas un desmedido orgullo personal. “No hay poeta que no sea arrogante, y piense de sí que es el mayor poeta del mundo”. Pero, al igual que el mundo no es siempre —y afortunadamente— una sucesión de estampas repetidas, tampoco las palabras, aun dichas por uno de sus mejores maestros, están destinadas a cumplirse proféticamente.
    De nosotros depende que no sea así. Feliz y variada cosecha 2011 para todos.
 
 
     Javier García Cellino es narrador y poeta. Su novela Círculos de tiza obtuvo el VI Premio de Novela Corta convocado por la editorial Septem. Su firma es habitual en el diario La Nueva España.

 

Desayuno con diamantes, de Sarah Gristwood. Por José Havel (31/12/2010).

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Sarah Gristwood
Desayuno con diamantes
Electa (Random House Mondadori), 2010.
191 páginas
21,90 €

 

Aunque suene raro, Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961), uno de los más populares clásicos de Hollywood, fue un filme que estuvo a punto de no existir. Truman Capote, el autor de la novela de base, no quería a Audrey Hepburn como protagonista; Blake Edwards, el director, no deseaba a George Peppard en el papel de héroe masculino; y el propio Edwards era la segunda opción para la dirección, tras John Frankenheimer.

«El personaje de Holly Golightly está tan asociado a Audrey Hepburn que cuesta imaginar que las cosas podrían haber sido de otra manera», pero antes que el nombre de la actriz anglo-belga se habían barajado los de Jane Fonda o Shirley MacLaine, sin olvidar a algunas de las amistades femeninas de Capote, como Elizabeth Taylor y Marilyn Monroe (era a esta última a quien el novelista recomendaba con ahínco).

En principio, nadie creía que la impecable Hepburn fuera a interpretar a una chica de moral tan ambigua como la de la Holly capotiana, suerte de prostituta de lujo. Sin embargo, al decir de Sarah Gristwood, «a fin de cuentas, Audrey Hepburn era la actriz que podía hacer lo que fuera. Había aparecido en [la pieza teatral] Ondine con un traje de red que creaba la ilusión de que iba totalmente desnuda y nadie se había quejado debido a… ¿a su clase innata?, ¿a su vulnerabilidad?, ¿al hecho de que fuera europea?». En efecto, su carisma absorbía al público, pudiendo decir y hacer lo que fuese, siempre con una elegancia natural que la inmunizaba.

Audrey Hepburn transformó a Holly Golightly, alguien que se acostaba con hombres por dinero, en una chica excéntrica sin más, haciendo aceptable su moral, uno de los grandes inconvenientes de cara a la censura de la época, todavía apegada a la pureza de los años 50. Existían por entonces clausulas de moralidad en los contratos de Hollywood, que sólo a inicios de los 60 dio sus primeros balbuceos hacia la revolución sexual, de la mano de Butterfield 8, El mundo de Suzie Wong, El apartamento

Medio siglo después, buena parte del éxito de Desayuno con diamantes se debe a que no pocas personas se identifican con el modo en que Holly añora y teme, a la vez, la idea de una relación sentimental verdadera: su mezcla de miedo y coraje, su lucha por conciliar el compromiso y la libertad, aún poseen hoy día poder de evocación.

Breakfast at Tiffany’s pronto cumplirá cincuenta años, aniversario que Electa celebra con uno de esos libros de gran formato postulables como atractivo regalo navideño para cualquier aficionado al cine, no sólo por su cuidada edición y tan nutrido como hermoso aparato iconográfico ( se incluyen facsímiles de cartas, páginas de guión, partitura de ‘Moon River’, bocetos de vestuario, etc.), sino por ofrecer asimismo una copiosa información —como la aquí espigada— expuesta en tres bloques principales: preparativos, rodaje y proyección. Un esmerado tributo a una obra que «es una película de las que ya no se hacen, pero también es un personaje que se mantendrá vivo y actual tanto tiempo como se hagan películas».

A Valdés ya no le quedan recursos, por Ángel García Prieto. 28/12/2010.

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A VALDÉS YA NO LE QUEDAN RECURSOS.
 
Más se perdió en Cuba.
(Popular)
 
El Inquisidor, impávido desde hace lustros, luce grana y oro, como un torero cualquiera. Sin sol, ni humos de puro; sin peinetas ni bullicio; sin fiesta, ni emociones de muerte astada. Valdés Salas viste de grana y oro sentado ahí arriba: vigilante callado del patio húmedo de la Universidad, entre nieblas suaves y tímidos fríos; con poca luz, menos bullicio y sin fiesta.
Una estudiante cruzará bajo su paraguas el enlosado barroco. Y en las arcadas del rincón cuchichean otros, como con vergüenza al eco dórico del claustro. Valdés – el otro Valdés, el otro Fernando – está solo, sentado en un banco; los respingos de la gripe le rebullen entre las vivencias levemente navideñas del rumor de la calle. Y mientras la mocita del paraguas se escapa por el portal lateral, y mientras el grupo de estudiantes espera el examen de este sábado por la mañana, Valdés – el otro Valdés, el otro Fernando – no sabe bien qué hace allí…Ni siquiera es capaz de retirarse de esa corriente de aire tan molesta, que la mocita del paraguas ha perfumado suavemente con su paso.
 – Lo de ayer fue demasiado – piensa. Demasiado vino, demasiada juerga, demasiadas carcajadas en el examen de tunos. Y hoy ni una sola idea clara de procesal. Sólo un clavo, aquí en la sien. ¡Vaya examen! ¡Vaya sábado! ¡Vaya… todo! ¿Qué hago yo aquí?
Los chicos de la arcada del rincón van entrando al aula. Y Valdés – el otro Valdés, el otro Fernando – con su clavo en la sien, no se decide a irse. Respingos de gripe y leves ecos navideños de la calle. Niebla. El Inquisidor, vestido de grana y oro.
– Ya lo limpiarán. ¡Si quieren! Un poco de color le cae bien. Siempre tan serio, ahí en su trono. Soy un patriota: rojo y gualda. Parece un torero…Vestido de… España. ¡Viva España! Que lo limpie Martínez y todo el equipo rectoral. Que lo limpie Martínez…¡ No es el vicerrector de ordenación universitaria ? Pues que ponga orden…Por cierto: que me ordene a mí también, que buena falta me hace…Ya no tengo recursos, y menos para el examen de procesal. ¡El recurso… !Vaya juerga ayer, pintando inquisidores. ¡Demasiado…!
Por la plaza de Riego la gente camina sin las prisas de la semana. El suelo, espejado por el orbayu, testifica las idas y venidas de los transeúntes, que compran, charlan y ríen entre los aires de villancico de los altavoces. Un par de niñas, pidiendo un aguinaldo para los pobres, pegan una estrellita dorada a la solapa de Valdés, que regresa casi olvidado de su clavo en la sien. Mientras, el Inquisidor Valdés Salas, allí cerca, sigue impávido, serio, en su cátedra…
 
Ángel García Prieto es psiquiatra y escritor.
 
1. Fernando Valdés Salas (1483-1568), arzobispo, inquisidor general, fundador de la Universidad de Oviedo
2. Lluvia fina, en asturiano

 

Xandru Fernández: “Escribir siempre tiene algo de insular”. Por Lauren García (23/12/2010).

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Xandru Fernández
Xandru Fernández

Uno de los cuantiosos lujos de los que puede presumir la literatura en asturiano es de la obra de Xandru Fernández (Turón, 1970), tanto por la riqueza de sus narraciones como por el cromatismo y brillantez de sus poemas. Ese diamante escondido, pergeñado en la llingua de su obra poética, está ahora al alcance de los lectores en castellano gracias a la antología bilingüe Restauración (Ediciones Trea). La edición y el prólogo corren a cargo del poeta y traductor José Luis Piquero, que concuerda del siguiente modo la intencionalidad del mismo: “Es necesario, pues, recapitular y mirar en perspectiva esa obra pujante, que ha evolucionado desde lo arcano a lo claro, desde lo visionario a lo reflexivo, conformando con el tiempo una voz nítida y personal. Se hacía preciso, también, abrir el círculo de lectores de Xandru Fernández y dar a conocer su poesía al público castellano”. En dicho prólogo Piquero se refiere a la naturaleza y perspectiva del autor asturiano: “el poeta ha sido, en última instancia, fiel a sí mismo, ahondando siempre, tratando siempre de ir más allá”. Escritor galardonado con el Xuan María Acebal de poesía, el Xosefa Xovellanos de novela o el Premio de la Crítica de Asturias, la escritura del turonés establece una relación de intimidad con la tierra que le vio nacer. La poesía de Xandru Fernández es un sincero ejercicio que se desliza con entereza y sutilidad por la vida.

 

-¿Cómo le suena su poesía en castellano?

Suena bien, gracias al trabajo del traductor, José Luis Piquero. También (a mí) me suena extraña, lo que no deja de ser un aliciente un poco inquietante.

 

-Siguiendo con el título Restauración, ¿un poema es un proyecto inacabable?

– Cualquier proyecto que merezca la pena es inacabable. Un poema, además, debería ser inabarcable.

 

-¿Es imprescindible que el traductor conozca bien su poesía como es el caso?

De lo contrario no habría buenas traducciones. Un traductor tiene que ser previamente un lector, y tiene que traducir desde una interpretación personal del texto.

 

-¿Escribir en Asturias y más en asturiano es hacerlo desde una isla?

-Escribir siempre tiene algo de insular. No vivimos en un mundo donde la literatura pinte mucho, así que dedicarse a esto, sea en asturiano o en chino, no deja de tener su punto friki.

 

-¿Se está dando un vuelco favorable para la literatura en asturiano con las recientes traducciones al castellano?

-Yo no hablaría de vuelco. Es un paso, y entra dentro de lo normal, lo cual, escribiendo en una lengua sin normalizar ya es decir mucho.

 

-¿Le costaría elegir entre narrador y poeta?

-Yo cuento historias y a veces hago versos. Soy narrador por vocación y poeta por vacación, si se me permite la gilipollez.