martes, 30 de septiembre de 2025
Inicio Blog Página 152

LibrOviedo 2009

El estado de la cuestión: Diez años después

Organiza: Asociación de Escritores de Asturias

Intervienen: Manuel García Rubio, Jorge Ordaz, Pilar Sánchez Vicente, Jose Havel y Carmelo Fernández Alcalde


Modera: Javier Lasheras

Día: miércoles, 13 de mayo
Hora: 20.00

Sonría: esto es una mierda: Sobrevivir puede ser muy divertido, de Diego Medrano, por Miguel Rojo. 6/05/2009.

 

SONRÍA: ESTO ES UNA MIERDA
 
 

Sobrevivir puede ser muy divertido

Diego Medrano
Editorial Difácil, 2009.
 
 
Diego Medrano es un “crack” de la literatura. Y como todo buen “crack” puede construirse y reconstruirse a base de lo que mejor sabe hacer: libros y poses literarias. Como a los elegidos, se le ama o se le odia, pero no se le olvida.
Con su obra ocurre algo parecido. Con el último libro de relatos que acaba de aparecer: “Sobrevivir puede ser muy divertido”, publicado por la Editorial Difácil, sucederá lo mismo: o se abandona en la primera página del primer relato o se lee con fervor hasta la última palabra. Lo que está claro es que nadie cargará con él como una penitencia leyéndolo a ratos perdidos.
Los textos de Medrano, por usar la fea terminología de Roland Barthes (aunque siempre queda muy bien en asuntos de esta índole), son tan “escribibles”, que cada lector se verá obligado a reinterpretar libremente las propuestas que de forma tan abierta se le plantean, los finales tan poco negociados… Riesgo y virtud, y allá cada cual con su libertad.
Los 42 relatos –casi micro relatos- que componen Sobrevivir puede ser muy divertido, son una auténtica provocación al gusto establecido, al savoir faire y a las literarias normas de urbanidad. Y eso crea adicción.
Además, el humor negro –negrísimo- de Medrano incita a la carcajada cuando no al estupor. Dicho lo cual, aunque parezca una contradicción, estamos ante un libro triste –tristísimo- donde personajes de todo pelo (bohemios irredentos, putas, niños de papá, locos, doctos profesionales…) deambulan por la ciudad con la marca cainita de los desheredados, de los anómalos, de los que nunca llegan a tiempo…Tras la risa que provocan sus desencuentros siempre queda flotando el amargo “fedor” de los perdedores. Sonría: esto es una mierda.
El derroche verbal e imaginativo de Medrano acaba por atraparnos en su espejito mágico y hacernos ver fugazmente reflejados en alguno de los comportamientos de sus protagonistas, de sus miedos y también de sus sueños; intuir que lo que les sucede no ocurre en planetas remotos sino que basta con take a walk on the wild side, como decía Lou Reed, darte un garbeo por el lado salvaje de la vida para encontrarte con ellos… o, lo que es más turbador, contigo mismo.
Sobrevivir puede ser muy divertido es literatura arriesgada, fresca como una lechuga verde y obligadamente urbana, lejos de las modas establecidas por los suplementos literarios que patrocinan las grandes editoriales, y que atrae a la manera de los bichos raros y exóticos que pocas veces se dejan ver.
Y si como decía Borges con muy mala baba: “A cien años de soledad le sobran cincuenta años”, que aquí sobre alguno de los 42 cuentos… no debe de ser muy importante.

 

Dos novelas de Iréne Némirovsky. Por Ángel García Prieto. 05/05/2009

Iréne Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz, 1942) huyó de la revolución rusa a Francia y tras establecerse en París con su acomodada familia de origen judío estudió letras en la Sorbona, para comenzar una brillante carrera de creación narrativa. Pronto, junto con su marido también judío, es víctima de la persecución nazi y sufren la deportación a Auschwitz, donde fueron asesinados. Los hijos salvaron los borradores que no habían sido publicados hasta entonces, entre los que se encontraba la novela Suite francesa, quese editó en el 2004 con enorme éxito en varios idiomas y recibe el Premio Renaudot y la atención de los lectores, que ha servido para favorecer la posterior edición de varias de sus novelas.

El maestro de almas (Ed. Salamandra, 2009. 221 págs. Traducción del francés de José Antonio Soriano Marco) fue publicada en 1939 en entregas para un semanario y en el 2006 como libro. Es la historia de un refugiado ucraniano que lucha encarnizadamente por hacerse valer como médico y tratar de conseguir la integración de su familia en la sociedad francesa. No duda de llevar a cabo las prácticas profesionales y sociales más ventajosas, incluso al margen de la deontología, la ética y la moral, para conseguir su fin. La época de entreguerras, el auge del psicoanálisis y las modas de la sociedad burguesa parisina y de la Costa Azul favorecen que consiga un éxito de relumbrón entre pacientes neuróticos influenciables en su búsqueda de la felicidad.

La historia va tomando una compleja dinámica de entrecruzamientos de personajes prototípicos para representar los éxitos y depravaciones de un ambiente social y profundizar en la psicología de esas personas, sus ambiciones, tribulaciones, generosidades y sus conductas depredadoras. La novela tiene algo de folletín, pero no pierde la calidad, el poso, la factura de la obra de una autora que triunfó con su escritura. Obra que de alguna manera parece proyectar ese desarraigo del exilio que ella misma no logró superar, a pesar del éxito social. Un epílogo de quince páginas, escrito por dos biógrafos de la escritora, aclara con amplitud las perspectivas de los intelectuales sobre la situación de los exiliados rusos y judíos de aquella época en Francia.

Un niño prodigio (Ed. Alfaguara, 2009. 100 págs. Traducción de Miguel Azaola) es una novela corta, con la historia de Ismael, un niño judío pobre de una ciudad del Mar Negro capaz de cantar con un desgarrado sentimiento las penas y alegrías de su gente. Con sus actuaciones en las tabernas del puerto llega a fascinar a un poeta que le introduce para ser acogido en el ambiente de una riquísima mujer, llamada “princesa” por su corte de aduladores. Tras unos años de agasajos y esplendor en esa vida despreocupada y fácil, tendrá que enfrentarse a una adolescencia que cambia su trayectoria.

La narración está llena de fuerza, interés y buena literatura. Tiene una lectura directa y lineal, de historia posible y es un prototipo, si se quiere, de fábula sobre la infancia y la adolescencia, aunque una fábula para adultos. Está, sin embargo, publicada en la colección infantil y juvenil de la editorial, cuando su contenido es bastante pesimista y dramático; con un final nada apropiado, incluso claramente desaconsejable, para chicos en esa época de transición tantas veces difícil, pues la salida no es nada alentadora precisamente.

Entrevista a Gonzalo Moure, por Javier Lasheras. 04/05/2009.

Moure es un escritor de raza, forjado en el periodismo de investigación y curtido en la experiencia del mundo por el que viaja. Infatigable. Uno de los mejores narradores actuales.  No es extraño que esta entrevista improvisada tenga lugar bajo el signo de un encuentro inesperado a bordo de un tren de alta velocidad en el que conversamos con tranquilidad, con un café en vaso de plástico y la ausencia de esos cigarrillos que suele liar con la turgencia del placer. El tono de su voz es apacible como el de un diplomático portugués y sus manos se juntan tranquilas, reflexivas, sin aspavientos, convencido de que las palabras se bastan por sí mismas. Hace poco que ha regresado de Tinduf y me cuenta de los saharauis, de sus vidas y sus paisajes, de sus sueños y esperanzas, de su realidad y su día a día: arena, estrellas y demasiado silencio desde España.

 
¿Qué es el Bubisher?
Es un bibliobús al que bautizamos con un nombre que ha hecho fortuna: el bubisher es un pajarito pequeño y simpático, que en la tradición beduina saharaui trae las buenas noticias a la jaima. Un bibliobús cargado con un plan lector para entrar en las aulas de las escuelas de los campamentos de refugiados, donde no hay libros de lectura, o muy pocos. La idea es que los niños saharauis lean en el aula y en sus casas, tal como los niños españoles. Para ello hemos contado con la colaboración de la casi totalidad (hay una ausencia muy notable) de las editoriales especializadas. En total, 1500 libros que seguirán incrementándose con cada voluntario. El Bubisher, por las tardes, se convierte en biblioteca abierta para los saharauis de todas las edades. La tercera utilidad del Bubi es que se convierte en cabeza de playa para que quien desee hacer algo por la vida de los saharauis, y en especial por sus niños, puede convertirse en voluntario tantos días como desee, y sin más condición previa que el amor por los niños y por los libros.
 
¿Por qué se embarcó en este proyecto?
Hay veces que son las ideas las que te embarcan. Odio eso de “sería estupendo…” Si sería estupendo, hay que hacerlo. No podemos hacerlo todo, claro, pero esta vez sí lo hemos conseguido. La idea nació en común con los chicos de un colegio gallego que habían leído (y llorado) Palabras de Caramelo. Y el primer impulso lo dieron ellos, compartiendo cada uno 30 céntimos a la semana para el bibliobús. Me dieron un talón de 3.000 euros, al cabo de un año de ahorro paciente. Después de eso, ¿cómo no seguir? Por compromiso con el pueblo saharaui, pero también como una lección de solidaridad para todos los chicos españoles.
 
¿Cómo definiría, o qué comentarios le sugiere, la actual situación política y social en el Sahara?
Pocas palabras hacen falta. Olvido: España, al menos con el Sáhara, ha sido y sigue siendo una mala madre. No otra cosa es la madre que vende a su hijo y después se olvida de su sufrimiento diario. Firmeza: los saharauis han logrado construir en la hammada, en el exilio, un verdadero estado, donde la educación es la base, junto con la sanidad y la solidaridad. Ningún saharaui pasa hambre, aunque la ayuda internacional para su subsistencia es una ayuda mezquina, casi de miseria. Solidaridad: porque ese cerco por hambre es roto por la ayuda humanitaria de miles y miles de españoles. Paciencia: porque la lucha por recuperar su tierra se basa en saber esperar a que la comunidad internacional se convenza de que ellos no cejarán jamás en su espera a que la ONU haga cumplir sus propios mandatos sobre la descolonización y autodeterminación del Sáhara. Pacifismo: porque en los territorios ocupados los saharauis luchan con el arma de las manos desnudas y unidas, frente al terrible aparato militar y represivo de los invasores. Esta palabra, invasores, no la digo yo: la dice la ONU en sus dictámenes.
 
Como usted mismo dice, "Vida para dar y disfrutar". Por favor, denos algo de la vida en Tinduf, aunque en este caso no sea para disfrutar…
La vida en los campamentos de Tinduf es pura contradicción. Es terrible, pero al mismo tiempo está llena de eso: de vida para dar y disfrutar. Hace dos días estuve en un buen colegio de Jerez de la Frontera con un niño saharaui, Hamma, enfermo y aquejado de raquitismo. Impresionado y feliz por lo que está viviendo en una buena casa jerezana. Pero dijo ante sus compañeros, que le adoran: quiero volver a casa. ¿Por qué? Se encogió de hombros: porque allí están mi familia y mis amigos.  Tendemos a creer que la felicidad se basa en “lo nuestro”: tener cosas. Allí no tienen cosas: tienen familia, amigos, solidaridad y verdadero cariño, el tradicional cariño de la hospitalidad beduina. Falta de todo, es verdad, y todo les debemos. Pero ellos nos enseñan mucho más de lo que nosotros les damos.
 
¿Cree usted en el escritor comprometido con la sociedad a través de sus obras, en el escritor comprometido con la sociedad a secas o simplemente no cree en el escritor comprometido con la sociedad?
Creo que cada cual debe hacer lo que considera que tiene que hacer. No hay fórmulas, ni mucho menos obligaciones. Y el compromiso es con la literatura: con la libertad de creación, con la verdad y la belleza. Lo demás es enormemente personal. Hay buena o mala literatura, y ni el compromiso ni la actitud personal convierten a la literatura en mejor. Al final, eso es lo único importante: que lo escrito sea bueno, mediocre, o malo.
 
Su página web www.gonzalomouretrenor.es tiene como fondo un paraje desértico. ¿Podría relacionar las palabras arena, estrella o silencio con alguna de sus obras?
Arena y estrellas con Palabras de Caramelo y El beso del Sáhara.  Silencio con la quietud paradójica de El movimiento continuo, o visto como parte de la música con El síndrome de Mozart.
 
Volviendo al Bubisher, ¿en la era de las mentiras y verdades de los videojuegos, de las catedrales culturales y de tanto ruido editorial, tendría algún sentido un Bubi alternativo por las calles de los pueblos y ciudades español
as?
Esta sociedad tiene un problema de digestión, y también de digestión cultural o pseudocultural. Un Bubi tiene sentido en el Sáhara, o allá donde un libro es un lujo casi inalcanzable. En España, apenas quedan rincones en los que suceda algo así. Tuvo su sentido en las décadas anteriores a los 90, ahora ya muy poco. Los Bubi están ahora en las bibliotecas públicas, en las escuelas en las que maestros luchadores y ejemplares luchan cada día por una literatura liberadora, y no de consumo.
 
Cuéntenos tres acciones básicas que cualquiera pueda hacer por el Bubi.
La más hermosa: embarcarse en él. Tres días, una semana, dos meses: lo que cada uno quiera y pueda. Sin más requisitos que amar a los niños y a los libros. La segunda, involucrar a chicos y chicas que quieran aprender a compartir: financiando una semana de funcionamiento del Bubi con 100 euros, o mucho más modestamente, comprando los libros que aún nos hacen falta para completar su dotación. Estamos pensando ya en poner a rodar un Bubisher II, y para eso va a hacer falta mucha mano, mucho hombro, mucho entusiasmo.
(Para más información visitar www.bubisher.com ;
Número de cuenta Ibercaja: 2085 2256 60 0330134786, concepto: Bubisher).
 
Una pregunta caprichosa, ¿cuánto le queda del periodista que fue en su vida y en su escritura?
Casi todo, salvo la obligación de informar para el bajo vientre o para la risa idiota y el sensacionalismo. Procuro que mis libros nazcan de la vida, de la emoción por lo que encuentro aquí o lejos, y que por tanto contengan noticias de otras maneras de vivir, de ser, de pensar. Respeto la fantasía o el artificio, pero prefiero la literatura con barro de la calle, con lágrimas o risas verdaderas.
 
Y para terminar o ir terminando, ¿sería capaz de contarnos el cuento más breve que ha oído a algún saharaui en el desierto?
Me lo contó Jamida, un combatiente convertido en médico: “Soñé que iba a beber a la fuente de Farsía en la fiesta del Id el Khebir. Faltaban siete días. Esa mañana hubo una batalla terrible, y un compañero cayó herido en campo abierto. Me levanté entre las balas, sin encogerme siquiera, porque aquella era una mañana de vida, no de muerte. Me eché el cuerpo del compañero herido y regresé con él a la trinchera. Cuando examiné mi guerrera encontré dos agujeros, pero ni siquiera me habían hecho un rasguño. El día de la fiesta de Id el Khebir el capitán me mandó ir a Farsia. Bebí en su fuente.”

 

Apuntes para una posible Trilogía de la espera, por Marcelo Matas. 1/05/2009.

El mar de las Sirtes
Julien Gracq

DeBolsillo. Barcelona, 2005.          

          En una conferencia que Enrique Vila-Matas pronunció en Oviedo, puso como ejemplo de una imposible “teoría de la novela” la obra de Julien Gracq El mar de las Sirtes. En un artículo posterior (Babelia, 12 de enero de 2008) escribió que esta novela “cuenta con lo mejor de cada casa: Nerval (locura y vagabundeo libre), Rimbaud (configuración psíquica tormentosa) y Breton (procesador de signos)”. Es cierto que, sin necesidad de llevar a cabo un exhaustivo rastreo de la presencia de estos autores, se puede reconocer la influencia del surrealismo (bretoniano) en los continuos símiles y metáforas que inundan la novela (“el fanal del rompeolas sobre el agua dormida ardía tan inútil como una mariposa olvidada en el fondo de una cripta”, pág. 37), la impronta de la poética arrebatada de Rimabaud (“el primer grito de un pájaro que nos llega débilmente a través del último sueño”, pág. 119) y la huella del “vagabundeo” de Nerval en el errar de los personajes por las sombras de un pasado que acecha tras el horizonte.

            Es un libro, como todas las obras maestras, plagado de múltiples lecturas: la búsqueda de un sentido a la monótona existencia (de un hombre, de una patria o un país con vida propia); del miedo al otro (a otra nación), que a menudo nos paraliza hasta que sentimos la imperiosa necesidad de descubrirlo para, de esta forma, desenmascararnos a nosotros mismos, es decir, a nuestro propio miedo a nosotros mismos, pues ése es el significado final del pretendido temor al otro; del poder –del auténtico siempre invisible- que se sirve de nosotros para que, ocultando su mano directa, su responsabilidad, sucedan las cosas; de la espera al enemigo que acecha, que no es más que la espera a que la parte temida de nuestro yo aflore y decida lo que debemos hacer con nosotros mismos. De ahí la pregunta final de “¿Quién vive?”, para la que lo sucedido en el libro se plantea como respuesta: vive quien espera, quien indaga y no se conforma con la continua existencia del acecho, quien actúa –con todo el miedo del mundo- pensando en “la muerte en la llama que vendrá por el agua” (pág. 290).

            Y todo esto narrado en una magistral prosa poética, plagada de imágenes que son como luces que deslumbran y ciegan en la dificultad de su entendimiento, pero que, sin embargo, no hace falta releer para saber que los párrafos, a veces difícilmente comprensibles en la literalidad de las palabras, se vuelven más sugerentes en el amplio, inabarcable procesamiento de los significados. El placer de su lectura está precisamente en su dificultad, en el dejarse llevar por la morosidad que te va llevando al convencimiento lento de que estás ante una obra necesaria, magistral, a la altura de los grandes del siglo XX: Proust, Joyce, Faulkner o Kafka.

            Desconozco el original en francés, pero la traducción seguramente es inmejorable.

  

El desierto de los tártaros

Dino Buzzati
Editorial Gadir. Madrid, 2006.

            Luis Mateo Díez afirmó una vez que esta novela estaba entre las tres indispensables del siglo XX. Ciertamente, se trata de una grandísima novela, pero para ocupar el Olimpo de las obras indispensables habría que abrir el abanico a otras 15 ó 20 novelas más del siglo pasado. El estilo es radicalmente distinto al de Gracq en El mar de las Sirtes. Ahora se trata de una suerte de “estilo sin estilo”, que Buzzati deja caer, como una pluma, para no entorpecer la verdad de la historia.

            Me parece que es la obra más kafkiana que ha escrito alguien que no se llame Franz Kafka, con resonancias en la forma sin ornamentos y en el fondo de la historia, donde tantos personajes de Kafka siempre esperan, absurda y pausadamente siempre esperan. También, como en Gracq, el personaje –el hombre en un mundo incomprensible- se inventa una razón ajena (puede ser un enemigo, un fantasma, una sombra) que lo salve, y en su espera, en el absurdo, angustioso, paciente deseo de su llegada, se cifra el sentido que queremos o podemos dar a la vida. Drogo llega a la Fortaleza por casualidad –igual que a menudo nos lleva y nos trae la vida-, pero después de las vacilaciones y el miedo inicial –el aprendizaje de todos nosotros-, el azar se convierte en necesidad –la odiada, salvadora adaptación al mundo que nos ha tocado vivir- y la espera en la única razón que tiene para convertirse en un héroe –en una persona normal-, pero no alcanza a lograr el cumplimiento de su deseo, que no es otro que el de seguir esperando, pues mientras tanto se puede aún seguir esquivando la expulsión de la Fortaleza –del Paraíso en la tierra-, la inevitable llegada de la muerte. Pero ahí se da una esperanzada vuelta de tuerca, al sentir -con Drogo al final de la novela- también la liberación de que sea por fin la muerte dulce –sin heroísmos- la que te rescate de la absurda espera que es la vida.

 

Esperando a los bárbaros.

J.M. Coetzee
DeBolsillo. Barcelona, 2003

            El paralelismo con las otras dos obras es claro en el argumento: Una zona fronteriza del Imperio se prepara para esperar a los bárbaros, seres nebulosos que habitan en una tierra inhóspita e ignota, y a la que se teme como siempre se teme al otro, que en definitiva no es más que nuestro lado oscuro e ignorado. Pero hay una sustancial diferencia con las novelas de Gracq y Buzzati, y es la plasmación del horror (como el de Conrad, también en África, donde se sospecha que habitan esos bárbaros, aunque bien pudiera ser cualquier otro lugar fronterizo de la tierra), con toda su crueldad en la descripción –la visualización- de las torturas, y no sólo a los bárbaros que tenemos estigmatizados como la representación –real y moral- del otro, sino a uno de los nuestros, y no a uno cualquiera, sino a un dirigente –el magistrado- que ha sentido el horror en sí mismo (“tengo miedo de lo que
soy capaz”, pág. 195) al descubrir que estaba siendo colaborador en tanta crueldad. Es el amor –o tal vez algo menos interesado y más profundo, como es la piedad- el que hace que el administrador recupere su dignidad como hombre y se enfrente al Imperio, aun a riesgo de padecer él mismo todas las vejaciones posibles. Desde el privilegiado puesto de la autoridad desciende a los infiernos (como Dante, como Céline) más insospechados, y es ahí –en la más absoluta miseria, soledad y dolor- cuando aprende a mirar con los ojos de los bárbaros, y a esperar su venida no para que lo liberen a él –nunca podrán, pues nunca será parte de ellos-, sino para que eliminen para siempre –y no dejen vestigios- la moral decadente del Imperio.

            Se ha hablado de que en esta novela, Coetzee habla de Sudáfrica y del miedo que la minoría blanca en el poder tenía a la llegada –el despertar de su conciencia- de la minoría negra esclavizada. Pero creo que también se puede extrapolar a la actualidad política de tantos países y regímenes, y sobre todo a Occidente, siempre obsesionado –desde el Imperio Romano- por tratar de detener a las hordas invasoras. En su día fueron los bárbaros del Norte, luego los negros del Sur, los indios, los judíos, y ahora son los musulmanes o los árabes, a quienes esperamos –con odio, pero sobre todo con miedo- a que asalten nuestras fronteras y derriben nuestras fortalezas. Es el mismo temor que tenemos a que los pobres coman en nuestra misma mesa de ricos.

            La novela está escrita en primera persona, como unas memorias de lo sucedido, como si fuera el último hombre que queda en la tierra para contar –y dejarlo entre las incendiadas ruinas- la verdad de nuestra desaparición. 

Geografías. Entrevista con José Ángel Cilleruelo. Por Hilario J. Rodríguez. 30/04/2009.

 

José Ángel Cilleruelo es un escritor difícil de ubicar. Como poeta, se quedó descolgado de la poesía de la experiencia cuando ésta cerró demasiado su campo de acción; como crítico, juega en una liga aparte, es un solitario que no quiere cuentas con academias o universidades; y como narrador, busca destinos provisionales.

Tu obra parece deambular constantemente. Con cada libro pareces iniciar una nueva aventura.

Soy consciente de ello, aunque no creo que sea así. Es cierto que el cambio de género despista a lectores y crítica, que dejan de tomar en serio a quien lo hace. Sin embargo, concibo la literatura como un territorio sin excesivas fronteras. Mis libros parecen escritos aquí y allá, sin concierto, pero para su elaboración he pensado siempre en cómo los chinos construían su inmensa muralla según nos contó Kafka —que nunca estuvo en China—: fragmento a fragmento. Dos novelas tan aparentemente distantes y diferentes como Trasto y Doménica tienen algo esencial en común: el personaje principal, que ambos títulos nombran, aparece a mitad de la narración.

Ayudaste a restituir el territorio de lo real en el mundo de la poesía española cuando el culturalismo empezó a dar síntomas de fatiga. Sin embargo, sería incorrecto considerarte un poeta de la experiencia.

A un escritor siempre le es difícil situarse a sí mismo en su época. Creo que acompañé el nacimiento de lo que se ha llamado «poesía de la experiencia», más tarde aquella complicidad de gustos y lecturas se convirtió en un grupo de presión poética —si es posible hablar en estos términos— al que no fui invitado. Por otra parte, cuando apareció Maleza un importante crítico de la tendencia me dijo, literalmente: «Este libro ya no es de los nuestros». Lo sentí como un elogio.

A veces da la sensación de que trabajases tus versos desde planos distintos, como un cineasta que comenzó su carrera durante el periodo mudo y luego dio el salto al sonoro, marcando de forma separada la cadencia de las imágenes y la de los sonidos.

Es una comparación que sólo se le puede ocurrir a quien ha reflexionado mucho sobre el cine. Como no es mi caso, nunca había pensado nada parecido. Pessoa hablaba de la impericia de los chóferes de los nuevos vehículos a motor, elegidos entre quienes habían conducido carros. Las dos imágenes, ahora que lo pienso, no me son ajenas: siempre he tenido la sensación de pertenecer a una época que ha desaparecido, y andar por la nueva sin acabar de comprender del todo cómo se han de hacer las cosas ahora. Hay escritores que aspiran a gobernar su momento; otros tratamos sólo de que el presente no nos gobierne en exceso.

Incluso en lugares precisos, das la sensación de haber perdido algo, una amistad, un amor, una ocasión…

Es posible que esta sensación derive de aquella inadaptación al momento. Uno escribe siempre de las pérdidas, aunque tal vez lo que ha perdido no sea nada en concreto —un amor, una oportunidad…—, sino simplemente un estado de alma. Lo que le convierte en un apátrida del tiempo.

La poesía presidió tu obra al principio, luego llegaste a la crítica y finalmente a la narrativa.

La secuencia no es exactamente así. La poesía y la crítica han ido siempre de la mano. La escritura y la exégesis son caras del mismo fenómeno. Tal vez, en los últimos años, es cierto que he descuidado la crítica. Ha sido a propósito: su conversión al academicismo más rancio y estéril —como modelo crítico dominante— me ha aconsejado alejarme. Y la prosa también estuvo ahí. Mis dos primeros libros de prosa son de 1997 y 98. Ambos contenían materiales de una década de escritura narrativa. Si tardaron tanto en aparecer fue porque su autor carecía de madurez para construir un libro con todo lo que escribía. Desde estas fechas he publicado más prosa que poesía.

Trabajas con formas complementarias y autónomas al mismo tiempo.

Imagino que te refieres a los géneros literarios. No mezclo nunca narración y poesía en los períodos de escritura. En general, cuando acabo un libro de poesía siento unas ganas enormes de adentrarme en una narración. Una vez concluida ésta, la prosa empieza a cansarme, y es el signo que indica que he de volver a la poesía.

En Al Oeste de Varsovia, una mujer intenta entender a un poeta para entenderse a sí misma. Tu prosa también intenta entender la poesía para entenderse a sí misma.

Así como no mezclo escritura narrativa y poesía, sí me gusta entreverar los universos significativos de ambos géneros. A veces de un modo explícito, como en El visir de Abisinia o en Al oeste de Varsovia; en otras ocasiones, como en Doménica, de un modo soterrado, en personajes que nada tienen que ver con la poesía. La razón tal vez tenga más que ver con la muralla china que con el deambular por los géneros: la construcción de una única obra pedazo a pedazo. Aunque los pedazos no permitan contemplar —acaso no lo permitan nunca, y esta sea la pérdida fundamental— la totalidad a la que aspiran.

Has iniciado un viaje diferente en esta novela, hacia un país donde nunca has estado. Para llegar allí, te has valido de viejos y nuevos medios de conexión (libros, Internet).

Tampoco Kafka estuvo en China ni en América. Creo que escribir sobre el lugar desconocido es un rasgo de una literatura de imaginación que —tal vez a contracorriente— reivindico. Internet, por otra parte, es un interesante medio de documentación: no está mediatizado por ningún mundo verbal organizado —como los libros de historia o de viajes—. Uno accede a imágenes, textos variopintos, datos dispares… pero la organización de todo este material disperso depende de quien lo mira: no le llega vinculado a la construcción verbal de autores que no son literarios. Y este hecho me parece muy relevante. La única influencia valiosa es la estilística, aquella que no tiene nada que ver argumentalmente con lo que uno quiere escribi
r.

Curiosamente, tu concepción de la Historia con mayúscula es la de un terreno más cerca de la fantasía que otra cosa.

Mi concepción de la historia si está cerca de algo es de la literatura. No me ha preocupado nunca la verdad de los hechos, sino su presentación dramática y verosímil. La historia, por otra parte, me parece una simpática jubilada. Las claramente antipáticas son las llamadas Ciencias Sociales y afines. En mi experiencia he podido observar la animadversión y el desprecio profundos que sienten todas estas disciplinas hacia la literatura. La progresiva degradación de ésta como valor de cohesión social —en planes de estudios, en publicaciones, en todas partes— se debe básicamente a la labor de sociólogos, pedagogos, psicólogos… que aspiran, quizá, a heredar algún día la maravillosa complicidad «social» que sugiere el simple nombre de Cervantes o Machado. Ese día, la verdad, es mejor no estar ya aquí.

No acabo de entender por qué suprimiste una imagen (la del viento que agitaba unas cáscaras de pipas) después de que alguien te dijese que algo así no es posible en Varsovia. Eso da por supuesto que querías trabajar de una manera escrupulosa aunque utilizases un escenario (histórico, político y social) que está alejado de tu propia experiencia.

Si no recuerdo mal, también a mí me costaba quitar esa imagen del viento que agitaba unas cáscaras de pipas. Si no recuerdo mal, cambié las pipas por altramuces y lo dejé tal cual. Los polacos no comen pipas, pero sí altramuces. No lanzan las cáscaras a la calle… o no las lanzaban hasta ahora, pero la modernidad cambia hábitos en minutos. Tampoco los orientales se tocaban en público, ni siquiera las manos, y Pekín ya está lleno de parejas de adolescentes besándose por las esquinas. Como en todas partes.

A continuación puedes leer un fragmento de  Al oeste de Varsovia (Fundación JM Lara, Sevilla, 2009). Págs 9-10.

Una mañana de octubre, en 1939, temprano, bajo un cielo plomizo y una lluvia menuda, se plantaron dos oficiales ante las puertas del instituto de Zielona Góra, el único donde se podían realizar estudios superiores en esta pequeña ciudad situada al oeste de Varsovia. Con el uniforme oscuro bien almidonado, botones relucientes y botas que parecían de cristal negro, se sacudieron las pequeñas gotas de lluvia con un ligero temblor que, sin embargo, no descompuso su hieratismo. Aunque en ningún momento tocaron la campana de entrada, el viejo conserje del instituto, Arkadiusz, que ya había modificado en dos ocasiones su fecha de nacimiento en los papeles oficiales para que no le relevaran aún de sus funciones, al verlos desde la garita se acercó cojeando hasta la entrada. «Señores —dijo asomándose con ojos de sorpresa—, ¿desean ver a alguien aquí?» Uno de los oficiales dio un empujón a la puerta entreabierta y los dos atravesaron el umbral sin siquiera mirar la cara de incredulidad del anciano, que había perdido el equilibrio y se sujetaba al cuadro de madera para no rodar por el suelo.

La brusquedad del gesto puso en marcha la mañana como quien arranca un mecanismo de engranajes estirando con un golpe enérgico una cuerda. Hasta aquel instante el tiempo, aguas oscuras de un lago profundo, parecía estancado en el vestíbulo del instituto. Los alumnos y profesores habían entrado con su revuelo y vocerío habituales, y esos vestigios sonoros se habían ido depositando en los rincones con la arenilla y las esquirlas de lodo que despiden los zapatos al pisar un pavimento seco. La luz doliente de las calles atravesaba con esfuerzo la cristalera y acogía la quietud en sus sombras. Arkadiusz sólo encendía los candiles a las horas del tránsito. Le gustaba este trabajo porque mientras lo conservara no le encontraría la muerte, pez que se mueve mal en aguas que no corren, densas, sombrías. O que cuando corren, en las horas de la salida, se despeñan de tal modo y con tal bravura y juventud que nadie puede alcanzarlas. En este vaivén creía engañar al destino. Y, de hecho, nadie hasta entonces le había podido argumentar en contra. Aquella carrera desigual era su reino de principio a fin del horario.

 

3D con relieve: Monstruos vs. alienígenas. Por Tanja Pérez Hunte. 29/04/2009

 

Monstruos contra alienígenas, o lo que es lo mismo, DreamWorks contra Pixar. En el particular combate que enfrenta a los dos estudios, DreamWorks Animation marca un tanto importante, anotándose el primer filme de animación en 3D con una explotación no sólo lúdica de las tres dimensiones. Transcurridos esos primeros instantes de adaptación a las gafas especiales, el espectáculo convence de veras y trasciende su historia de monstruos genéticamente bricolajeados que requiere el gobierno estadounidense para rechazar una invasión extraterrestre.
 
Intertextualidad a porrillo, cultura geek y humor delirante son algunos de los aspectos que DreamWorks ha sabido reconducir en aras del éxito de la película. El resultado final abre una brecha de futuro: la magia 3D, sumada a los prodigios digitales, puede proponer ya al espectador una oferta de placer cinematográfico irrechazable, como sucede en este filme que nos atrapa por medio de la tecnología virtuosa de última hora y de personajes bien escritos con los que uno termina por encariñarse.
 
Nada que ver con los entusiasmos tecnológicos sucesivos en los que, desde su mismo nacimiento, se mete la industria del cine sin más garantía que su novedad, a menudo evanescente. La mayoría de los filmes en relieve digital producidos por Hollywood son mercancía trucada donde la 3D con gafas no va más allá de la vanidad embaucadora, bien como envoltorio de circunstancias para proyectos sin la debida reflexión sobre su nueva dimensión, bien como supuestas punta de lanza que olvidan su naturaleza fílmica para transformarse en demos de videojuegos.
 
Monstruos contra alienígenases es digna de la tecnología que propone, modélica como demostración en cuanto propuesta compleja de futuro, satisfactoria en tanto que tampoco olvida el encanto esencial del dibujo animado básico. El filme de Rob Letterman y Conrad Vernon funciona tan bien por sí sola que quienes la vean en proyección 2D clásica, o luego en DVD, también la disfrutarán a gusto.
 
 
MONSTRUOS CONTRA ALIENÍGENAS (Monsters vs. aliens). EE UU, 2009. Dirección: Rob Letterman y Conrad Vernon. Producción: Lisa Stewart. Guión: Maya Forbes, Wally Wolodarsky, Rob Letterman, Jonathan Aibel y Glenn Berger. Música: Henry Jackman. Montaje: Joyce Arrastia y Eric Dapkewicz. Duración: 94 minutos. Filme de animación.

Underground: El vacío después, por Manolo D. Abad. 29/04/2009

Se cumple una década de la masacre del Instituto norteamericano Columbine y nada ha cambiado. Acostumbra a ocurrir con demasiada frecuencia que, tras el estupor que generan tragedias como éstas, todos, empezando por el político de turno y terminando por cualquier otro ciudadano convierten el clamor en objetivo. Y, después, nada de nada. En el caso de la barbarie que cumple esos diez años, se planteó una reforma que afectase al uso de las armas en los Estados Unidos, donde, como saben, el poseer un arma forma parte de los derechos constitucionales. Al contrario de lo que sucede con otros apartados constitucionales que han sufrido unas -justas- transformaciones a través de los años, como ha ocurrido con la sociedad misma, este "derecho constitucional" se mantiene vergonzosamente inquebrantable gracias, entre otros, a la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Sus cuatro millones y medio de socios ejercen tal poder que acaban con cualquier intento de cambio y, con ello, facilitan que dos o tres iluminados con ansias de venganza o notoriedad o vaya usted a saber qué, ejerzan la violencia sobre inocentes y nos provoquen un innecesario dolor a quienes conocemos, después, los turbios detalles de semejante "hazaña". Una sociedad edificada sobre la cultura de las pistolas no puede ser ejemplo para nadie y ahí tiene Obama uno de los caballos de batalla, manejado por auténticos jinetes del apocalipsis (la industria del armamento) que llevan a la zozobra la mínima -y deseable- convivencia. Y mientras sean esos jinetes los que lleven las riendas, la sangre, la intolerancia y la hambruna seguirán campando a sus anchas.

Entrevista a José Ángel Ordiz, por Javier Lasheras y José Havel. 28/04/2009.

 

José Ángel Ordíz y el placer de la invisibilidad.
 
En su nota en la web de la Asociación de Escritores de Asturias, José Ángel Ordíz dice: “Lector y escritor desde la adolescencia, en la actualidad lee y escribe en Oviedo”. Parece que Ordiz tiene la lección bien aprendida pues no se puede expresar mejor la propia biografía y el transcurso del tiempo en menos espacio. Este autor de San Martín del Rey Aurelio, Licenciado en Química y ex profesor de Física y Química acaba de publicar y de presentar Mujer te doy, (Biblioteca CYH, Ciencias y Humanidades, Barcelona, 2009). Con una mirada senequista y con una amplísima y generosa sonrisa en el alma tras ganar el Premio Ángel Miguel Pozanco con la obra titulada Circo, nos acerca sus puntos de vista literarios. No se los pierdan.
 

Después de ser finalista del Herralde viene usted con tres panes debajo del brazo. Buenas noches, Laura, Mujer te doy, Circo. Sale usted a premio por año. ¿Está en racha?

Uno de los finalistas en el Herralde. Al finalista de verdad le publica la obra Anagrama, como fue el caso de Jorge Ordaz, y mi novela no la publicaron. Sucede que los editores usan ese dato como reclamo y no lo aclaran del todo. Lo de los premios… Yo me presento a ellos sólo para poder publicar dignamente, y de novela tengo tres, tampoco exageremos. Como llevo treinta años escribiendo, ahora salgo a premio por cada diez años, no por año. Sí fui finalista un montón de veces, como con Mujer te doy, que Biblioteca CYH publicó por eso mismo. Lo de estar en racha, que es innegable, se debe, sobre todo, a que ahora me representa una agencia literaria, la vallisoletana Salaber, y ejerce de padre por mí. Yo apenas ejercía: mandaba una historia a algún sitio y me olvidaba de ella enseguida, ya con otra en la cabeza.
 

Sus novelas no son fáciles. ¿Cree que eso ha propiciado que no sea usted un autor más conocido? ¿O cree que eso se debe al hecho de no haber publicado en una editorial con mayor presencia en el mercado?

Nunca haré rico a ningún editor con mi literatura ni con mi forma de ser, pero en la actualidad hay dos editoriales dispuestas a apostar por mí a pesar de conocerme y a pesar también de los saltos en el tiempo y en el espacio que caracterizan mi narrativa y que tanto desconciertan a ciertos lectores. Lo de no ser conocido es culpa mía: me encanta ser invisible, y no me gusta siquiera hablar de mis obras. Prefiero ir a otras presentaciones que a las mías. Lo mío ya lo conozco de sobra, y me aburro.
 

Mujer te doy es un título muy sugerente. ¿Vuelve a tratar y retratar como en la novela anterior a unos personajes complejos que deben ayudarse para salvarse? ¿Es usted un escritor obsesivo?

Cuento lo que la vida le va dictando a mi oído curioso, aunque muchas veces le hago trampas a la vida, por tramposa, pues me está matando mientras me entretiene, y modifico el cuento, como declaro en la contraportada de Mujer te doy. Las personas somos complejas, y mis personajes pretenden ser personas que a veces se salvan, provisionalmente, y a veces naufragan tanto si se ayudan como si no se ayudan. Soy obsesivo en el sentido de dar voz a los perdedores: tullidos como yo, locos, putas, gente así. Como Juan Marsé, salvando las distancias, uno de mis maestros, y como tantos otros.
 

Parece que le gusta realizar prospecciones de la vida desde una perspectiva límite, fronteriza…

Sí. Y morbosa también. Sin el distanciamiento irónico que algunos críticos aconsejan, seguramente con razón. Pero lo que más me importa a mí es no aburrir a los lectores, ni aburrirme yo. Y tengo la suerte de no vivir de la literatura, así que puedo escandalizar o criticar cuanto me plazca. Aunque me han dicho que la prisión de Villabona es muy fría, ¡fríos a mí!
 

Usted también frecuenta la poesía. ¿En este caso tildaría también su poesía como difícil? Y en este caso, ¿lo sería más por tratarse de poesía o por las emociones y pensamientos que destila?

Empecé escribiendo poesía, pero mis maestros me apuntaron enseguida que mis versos eran relatos camuflados, que esa poesía mía, tan pobre, cabía perfectamente en mi narrativa, que dejara la poesía para los verdaderos poetas. Tenían razón. Me consolé leyendo, por ejemplo, a García Márquez. En El coronel no tiene quién le escriba figura: “Tenía un paraguas con tantos agujeros que sólo servía para contar estrellas”. Si eso no es un verso hermosísimo, que alguien me explique por qué no lo es. Es cierto que circulan por ahí versos míos de juventud, que uno de ellos es la primera traducción al inglés que me han hecho, pero no, no frecuento la poesía, hasta ahí no llego.
 

Se confiesa usted lector ¿cuáles fueron su primer y su último deslumbramiento?

Lector antes que escritor, sí. Me recuerdo llorando mientras leía Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, y aconsejo fervientemente la lectura de Las bailarinas muertas, de Antonio Soler, más perdedores a la vista, no tengo remedio.
 

¿Ha conocido en algún momento de su quehacer una crisis literaria?

Siempre estoy en crisis, pero siempre escribo. Aunque ahora, como no veo el cajón con tantas obras inéditas, las crisis me duelen menos.
 

¿A la hora de escribir de qué elemento químico tira más: oficio o experiencia?

Van juntos. Acabo de terminar una novela que siempre quise escribir, pero me faltaba oficio y experie
ncia. Por eso tardé cincuenta y tres años en poder escribirla, aunque omita por ahí, como esos editores que no aclaran bien ciertos datos, el “poder” y diga simplemente que tardé cincuenta y tres años en escribirla.
 

Novela, cuentos, poesía… ¿Quién es la mujer y quién la amante?

La novela es mi mujer, la narración corta es mi amante, aunque siempre recordaré mi primer amor, la poesía.
 

Parece que Internet también le ha servido como vehículo de publicación. ¿Qué le parece la red?

Antes hablé de la agencia que mueve por ahí mis novelas, a la que debo la buena racha actual. Debo añadir que esa agencia se fijó en mí por mis publicaciones en Internet, que, para bien o para mal, es el presente del futuro. Para bien, en mi caso.
 

¿Se atreve a dar nombres de escritores extranjeros, españoles y asturianos (en este orden) de novela y poesía que le gusten?

Sí, por supuesto. Los doy con frecuencia, y así no tengo que hablar de mí. En novela, García Márquez, Cela y Fulgencio Argüelles, entre otros muchos, por supuesto, como los ya citados Juan Marsé y Antonio Soler, o como el Monteserín de La lavandera. En poesía, Pablo Neruda, Miguel Hernández y podría seguir con la generación del 27 al completo, Blas de Otero… Una injusticia dar tan pocos nombres, omitir, por ejemplo, a Muñoz Molina, a Terenci Moix, a Luis Mateo, a Víctor Pozanco, a Ángel González…
 

Y usted, ¿qué hace metido en una Asociación como la de los escritores de Asturias?

Lo que tenía que haber hecho mucho antes, cuando era demasiado amigo de mis silencios y soledades, de mi invisibilidad, tan descastado con mis criaturas.
 

¿Qué opinión le merece LITERARIAS? No se corte, por favor.

Colaboro en Literarias, creo que ya está todo dicho. Aunque algo añado por si acaso no es así: qué calidad tienen los textos, cuánto aprendo de mis colegas. Todavía no he leído un texto malo, y los leo todos.
 

¿Quién es más enemigo del autor: el crítico, el editor o los compañeros?

No lo sé. Como soy nadie, nadie se mete conmigo. Mis editores no, desde luego: invertir diez mil euros, o más, en alguien desconocido, y en los tiempos que corren…
 

Y por último, díganos. ¿Qué tiene que ver la química con la literatura?

Dicen que poco o nada, pero, en mi caso, cuenta mi madre que el único modo que ella tenía de que yo no volara la casa por mi afición infantil al gas butano, a prenderle fuego, era dándome un libro para que leyera. Al cabo de los años, la química me nutre el cuerpo y la literatura el espíritu. En fin, como ella dice, qué raros sois los escritores.