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Ganadores de los XIII Premios de la Crítica de Asturias. 08/11/2012.

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Jorge Ordaz,
Premio de la Crítica de Asturias
 
El jurado otorga el VIII Premio de las Letras de Asturias
a Carmen Gómez Ojea
 
 
 
Redacción. 
 
El jurado del Premio de la Crítica de Asturias de novela ha destacado El fuego y las cenizas, del escritor catalán Jorge Ordaz, «por la originalidad con que desarrolla el tema histórico tratado y por la variedad de los recursos literarios utilizados que enriquecen el relato».
 
Por otra parte, de Carmen Gómez Ojea (Gijón, 1945), VIII Premio de las Letras de Asturias, el jurado pondera «su amplia carrera como escritora en el mundo de las letras que abarca la mayoría de géneros literarios: novela larga, corta, literatura juvenil, relato y columnismo», así como que «su obra reivindica una estética y una ética comprometidas con lo más esencial y frágil del ser humano, siempre con una calidad literaria que varios galardones, tanto asturianos como nacionales supieron reconocer», todo lo cual desea reafirmar con este galardón.
 
Además, el resto de jurados de estos XIII Premios de la Crítica de Asturias, han distinguido en las otras modalidades a Fulgencio Argüelles, por su labor como columnista literario durante 2012, pues en sus artículos analiza la realidad desde una perspectiva crítica, original y de un gran valor estético; a Rodrigo Olay, por su poemario Cerrar los ojos para verte, en razón de su talento para incorporar una tradición literaria universal creando y recreando los mitos y motivos esenciales, haciéndose voz propia en él los ecos de siempre; y a la obra Casualidad de Pepe Monteserín (con ilustraciones de Pablo Amargo), en la categoría de Literatura infantil y juvenil, un homenaje a la palabra, una reivindicación de lo diferente.
 
Hoy, 8 de noviembre, se realizará el acto de entrega de los premios en una gala que se celebrará en el Hotel Regente a partir de las 19:30 horas. La entrada es libre hasta llenar el aforo. A todos los premiados se les entregará, en calidad de premio, la escultura Apolo del artista Jaime Herrero.

 

Skyfall, de Sam Mendes: Un buen Bond. Por José Havel. 03/11/2012.

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 Un buen Bond 

Skyfall, de Sam Mendes
 
Por José Havel
 
 
Dice el director de Skyfall, el británico Sam Mendes (American Beauty, Camino a la perdición), que en su película la confrontación entre el pasado y el mundo contemporáneo alimenta debates contradictorios a propósito de la pertinencia actual de James Bond, pero que los argumentos negativos podrán refutarse siempre y cuando exista el personaje.
 
Cincuenta años de vida cinematográfica —ésos han pasado ya desde que la serie Bond naciese en 1962 con Agente 007 contra el Dr. No— son motivo de celebración, también ocasión de hacer balance. Algo que la saga viene haciendo intermitentemente, oscilando entre pasado y futuro, entre tradición y relectura moderna, con ciertos tics de esquizofrenia a veces. Conviene plantearse a cada nueva entrega cómo reutilizar la fórmula de siempre dando sensación de novedad, aunque sin renunciar a los atributos y convenciones más característicos, tan del gusto de los bondófilos.
 
En este sentido, Skyfall, largometraje nº 23 del agente secreto con licencia para matar más famoso de la historia, reflexiona acerca de la vigencia de este longevo ente de ficción, creado por el novelista Ian Fleming en la novela Casino Royal (1954) casi una década antes del primer filme de la franquicia. Mendes revisita el universo Bond sin vergüenzas, con frescura, insolente por momentos. A medio camino del homenaje y de la ruptura, su voluntad es la de dinamitar los códigos establecidos en títulos anteriores. Como Christopher Nolan en sus Batman, bucea en lo esencial de la serie a fin de deconstruir el mito.
 
El cineasta inglés, fiel a su estilo, se decanta hacia el trabajo psicológico de los personajes, alejándose de la habitual línea clara bondiana —he aquí uno de los puntos de interés—, con lo cual toma distancia respecto de espídicos productos a lo Jason Bourne. Se advierte un cierto retorno al clasicismo por medio de la realización, menos testosterónica y superflua que en entregas precedentes; más generosa y comprensiva con los personajes, los silencios, las miradas, llegando incluso a la suntuosidad en el episodio asiático, mixtura de Orson Welles y Wong Kar-wai. Un clasicismo que igualmente reverbera en el villano de la función, un mabusiano malo de antología compuesto por Javier Bardem, con el pelo teñido de rubio platino, quizá en simultáneo tributo a Almodóvar y los Coen.
 
Reinventarse conforme a los tiempos en curso ha sido una de las grandes preocupaciones de la serie Bond desde el fin de la época dorada de Sean Connery. Sam Mendes aporta con Skyfall una posible solución al problema.
 
 
SKYFALL. Reino Unido/ EE UU, 2012. Dirección: Sam Mendes. Producción: Barbara Broccoli y Michael G. Wilson. Guion: John Logan, Neal Purvis y Robert Wade; a partir de los personajes creados por Ian Fleming. Fotografía: Roger Deakins. Música: Thomas Newman. Montaje: Stuart Baird. Interpretación: Daniel Craig (James Bond), Judi Dench (M), Bérénice Marlohe (Sévérine), Javier Bardem (Silva), Ralph Fiennes (Gareth Mallory), Ben Whishaw (Q), Naomie Harris (Eve), Helen McCrory (Clair), Albert Finney (Kincade), Ola Rapace (Patrice)… Duración: 143 minutos. 

Santuginizados estamos: De buen humor, de José Santugini. Por Jesús Palacios. 03/11/2012.

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Santuginizados estamos
 
De buen humor, de José Santugini
 
Por Jesús Palacios
 
 
Nada hay más admirable, en mi poco humilde opinión, que rescatar del olvido obras y autores de antaño que, vueltos así a la vida en cierto modo, nos devuelvan también a nosotros la esperanza de poder llegar a sentirnos orgullosos de ser españoles. Y no precisamente por ganar mundiales de fútbol o carreras automovilísticas. Santiago Aguilar lleva varios años embarcado en el hercúleo esfuerzo de traer a la memoria no solo el recuerdo, sino sobre todo las obras, de José Santugini (1903-1958), figura oscura, que pareciera permanecer siempre en segundo plano –cuando raramente aparece-, en el panorama del cine y la literatura españoles de la primera mitad del pasado siglo.
 
Santugini forma parte –y no precisamente pequeña- de lo mejor del cine español de los años 40 y 50, época también a explorar con atención, más allá de prejuicios políticos trasnochados y poco o nada operativos, pero, como tan solo llegó a dirigir una película (Una mujer en peligro, 1936), colaborando principalmente como guionista y dialoguista para otros realizadores, su nombre es a menudo olvidado, en beneficio de los mucho más sonoros de aquellos directores con quienes trabajara –entre ellos: Rafael Gil, su colega y amigo Edgar Neville, Ladislao Vajda (con quien colaboró en siete títulos), Ignacio F. Iquino, o el argentino afincado en España, León Klimovsky-, pasando así a integrar la abundante nómina de guionistas y escritores sin cuyo talento y talante peculiares el cine no sería lo que es, pero que se pierden en la oscura noche del alma de las películas, donde los espectadores –y muchos críticos e historiadores-, no suelen atinar a distinguir más allá de realizadores, productoras y estrellas de relumbrón. Si esta faraónica maldición de los guionistas alcanza con todo su peso al Santugini cineasta, en su faceta literaria, se sirve doble ración. De un lado, forma parte de la llamada (primera) “generación del humor” y, a veces, “la otra generación del 27”. Es decir, la compuesta por aquellos escritores que colaboraban habitualmente en la mítica revista Buen Humor, algunos de los cuales pasaron después a trabajar en otras como Gutiérrez y, terminada ya la contienda civil, en la no menos mítica La Codorniz: Enrique Jardiel Poncela, Antonio de Lara “Tono”, José López Rubio, Miguel Mihura, etc. Si ya ha costado tiempo, sudor y lágrimas recuperar y dignificar justamente la labor literaria de estos y otros humoristas de la época –habiendo de invocarse a menudo, para ello, pesos más pesados como los de Gómez de la Serna, Fernández Flórez, Julio Camba o el propio Valle-Inclán-, cuánto más difícil habría de ser rescatar de entre sus filas a un tal José Santugini, cuyas escasas incursiones teatrales no gozaron de especial éxito o predicamento, y que nunca, nunca, llegó a publicar sus relatos en forma de libro.  
 
» Santugini forma parte –y no precisamente pequeña-
de lo mejor del cine español de los años 40 y 50,
época también a explorar con atención,
más allá de prejuicios políticos trasnochados y poco o nada operativos.
 
Pero no se vaya a creer, a tenor de estas líneas, que Santugini no tuvo el aprecio de público, lectores y críticos. Muchos le consideraron, eso sí, a la hora de su muerte –rasgo casi propio de algún relato santuginiano-, «acaso el mejor guionista cinematográfico que en la actualidad poseía nuestro país». Sus relatos aparecieron no solo en Buen Humor, sino también en otras publicaciones tan prestigiosas como Blanco y Negro –y su inolvidable suplemento infantil: Gente menuda-, Nuevo Mundo, o Estampa, además de ser habitual de Cinegramas, pionera de las publicaciones cinematográficas españolas,para la que, hasta su cierre a consecuencia de la Guerra Civil, inventó una especie de género (o géneros) nuevo, ya que sus breves textos para la misma no eran ni críticas, ni reportajes, ni crónicas cinematográficas propiamente dichas, sino singulares fabulaciones humorísticas, fantasías breves y de lúcida ironía, sobre el mundo del cine y sobre Hollywood. Si después de la guerra escasearon sus colaboraciones literarias, fue, tan sólo, por su profesionalización como guionista, no por falta de imaginación, talento y aprecio de editores y lectores.
 
Otro factor más que viene a sumarse a esta capa de negrura, que durante años ha ocultado la figura y obra de Santugini, es, precisamente, esta división forzada entre el humorista literario y el guionista cinematográfico. Si de vez en cuando salía a relucir Santugini en algún estudio sobre la generación del humor, lo hacía sin apenas referencia alguna a su significación como escritor para la pantalla, y viceversa. Cuando, más habitualmente, era citado como guionista de películas tan señaladas como La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950), Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956) o El cebo (Vajda, 1959), muchas de ellas, verdaderos hitos en el siempre tortuoso devenir del cine de género español, poca o ninguna referencia se hacía a su pertenencia a la plana mayor de Buen Humor, y su abundante obra como autor de relatos humorísticos.  
 
» Los cuarenta y siete relatos recogidos en De buen humor
nos proporcionan un panorama completo, ya que no completista,
del mundo personal y generacional de Santugini.
 
Esta situación, ha venido a cambiar definitivamente, como ya se dijo, gracias al casi quijotesco empeño de Santiago Aguilar, quien, tras años de escarbar en bibliotecas públicas y priv
adas, de buscar y rebuscar, de escribir e investigar, dando a luz algunos perfiles biográficos y literarios sobre el autor, ha conseguido que, por fin, más de medio siglo después de su muerte, José Santugini publique un libro, rúbrica segura, justa y necesaria para hacerle hueco en la historia de la literatura española… O, al menos, en las estanterías y mesas de las librerías durante un par de meses, que no es poco. De buen humor, en clara referencia a la revista de la que proceden gran parte de sus textos, es el título de este volumen recién editado, primorosa y cuidadosamente, por esa rara avis del panorama nacional que es Pepitas de calabaza –que en gesto proféticamente santuginiano se presenta desde el principio de su existencia como «Una editorial con menos proyección que un cinexín»-, con un diseño y portada evocadores de las mejores ediciones de la época, en tapa dura, mejor cosido que Boris Karloff, y con una prístina tipografía que hace de su lectura un puro placer oftalmológico.
 
Seleccionados y prologados por Santiago Aguilar -acompañados por una introducción general y varias particulares, consagradas a cada una de las secciones en que se divide el libro, e incluyendo una completa bibliografía y filmografía del autor-, los cuarenta y siete relatos de Santugini recogidos en De buen humor nos proporcionan un panorama completo, ya que no completista, de su mundo personal y generacional, que muestra tanto las obsesiones propias de su tiempo y compañeros de viaje –la fascinación por el cine, el gusto por el humor negro, el juego con el absurdo, el surrealismo galopante, el impacto de las vanguardias, etc.-, como sus características singulares. Un universo único –santuginiverso-, poblado por extravagantes personajes en perpetua huida de sí mismos y, sobre todo, del panorama burgués, mediocre y gris que les rodea (o a la inversa). Náufragos que no quieren ser rescatados ni a tiros; fantasmas que se asustan de los vivos, sufren de ciática o se emplean como espectros de castillo profesionales; ladrones contratados por el hotel donde roban, para disponer de su propio “fantomas” de prestigio; orquestas caníbales que devoran a sus miembros de uno en uno; revolucionarios a la fuerza del pacífico reino –después república- ficticio de Betania; duelistas que se desafían a sí mismos hasta la muerte; “extras” cinematográficos que se pierden su propia boda, confundidos entre los invitados; huérfanos con seis padres distintos a los que mantener; el propio Diablo (así, con mayúscula) reducido a feriante, presentando el pasadizo del terror de una verbena… Y un sinfín de situaciones imposibles, que van de lo paradójico a lo netamente fantástico o ultratúmbico (en desopilante palabro santuginiano), pasando de lo festivo a lo macabro –con especial predilección por el suicidio-, sin desdeñar apuntes sicalípticos –esa muchachita que lleva décadas esperando la cita a ciegas… Hasta conseguirla siendo ya provecta anciana-, casi futuristas –el loco paseo en coche sufragista, del cuento De cómo estuve a punto de ser raptado-, satíricos y, con menor frecuencia, paródicos. Usando y abusando de su técnica de diabólica inversión de situaciones y personajes, que lleva la paradoja al puro exceso cómico… Pero también absurdo e inquietante.  
 
» De buen humor, recuperación justa y necesaria
de la figura y la obra de José Santugini,
viene a mostrarnos que hay más cosas entre el cielo y la tierra
de la literatura y el cine españoles, de las que academias,
profesores, universidades y aburridos libros de texto
se empeñan en contarnos una y otra vez.
 
Los consagrados al mundo del cine, publicados, como se dijo, en la revista Cinegramas, sorprenderán, sin duda, a muchos cinéfilos españoles que olvidan con frecuencia el gusto cosmopolita de aquella generación del humor, que participara, de la mano guía de Neville, en el propio Hollywood dorado, durante el trajín de las dobles versiones. Santugini hace alarde de imaginación desbordante, teñida de lúcida sátira del Star System, en estampas como El niño actor o Publicidad, al borde del gótico hollywoodiense, mientras que en El mejor film de gángsters, la búsqueda del realismo deriva en snuff movie de masas avant la lettre. En El director, inspirado probablemente en la figura y el mito de Josef von Stroheim, un tiránico realizador alemán afincado en Hollywood fallece, y al llegar al cielo intenta, látigo en mano, poner orden en el “plató” divino, para que parezca más real y digno.
 
Tarea abrumadora e inútil, seguir reseñando los relatos de Santugini. Lo mejor, lo único inteligente, es, claro, leerlos. Especialmente, atendiendo a la eficaz organización del libro, dispuesta por Aguilar en complicidad con los editores, que, como ya se apuntó, divide los textos en distintos bloques, representativos de los temas más característicos del autor, precedidos siempre por una breve, concisa e inteligente presentación, que los contextualiza convenientemente. No puedo, sin embargo, resistirme a destacar tres historias que, sin perder el hilo conductor del humorismo propio de Santugini, bordean e incluso violan las fronteras del género, para transmitir una sensación de puro escalofrío, que los convierte en auténticos cuentos de miedo, dignos de figurar en cualquier antología del terror hispano. La tragedia de la puerta giratoria, es una tragedia de situación -¿aceptamos sittrag como animal de compañía?- que, como bien indica Aguilar, prefigura La cabina de Mercero, pero, es más, recuerda por adelantado también otros ejemplos de tragedia absurda minimalista, muy posteriores, como El asfalto de Buiza o La mancha de Plans, e incluso, ¿por qué no?, el No se culpe a nadie de Cortázar. En El tranvía número 1.013, Santugini nos invita a un verdadero paseo infernal, atrapados dentro de un tranvía que no se detiene nunca, atravesando Madrid en frenético viaje fantasmagórico, mientras en su interior se cometen atroces asesinatos, secuestros y horrores varios, ante el aterrorizado protagonista, a quien un diabólico cobrador impide bajar del vagón en marcha. Pesadilla expresionista, lo grotesco de las situaciones y personajes no invalida su capacidad asustante, antes bien la subraya y potencia hasta el fatídico final. Ejemplo único de la escasa labor literaria de Santugini en la posguerra, El silencio, como ya nos avisa Aguilar, es el relato más oscuro de los incluidos en el libro. Un cuento alucinado y alucinante, en la tradición del Poe de El corazón delator o El demonio de la perversidad, donde el protagonista, en pirueta casi lynchiana, se llama a sí mismo por teléfono, para confesarse el crimen oculto que presuntamente ha cometido. Relato hecho a base de alusiones, elíptico y enervante, podría verse en él una metáfora de los miedos de la España franquista de posguerra, con sus delaciones y censuras, sus “silencios” obligados y vigilados… O, simplemente, un cuento de miedo, en el que Santugini lleva su característico arsenal humorístico, basado en el absurdo, la paradoja, la ruptura de la lógica y los personajes alienados, hasta sus últimas consecuencias, traspasando la tantas veces fina barrera que separa el humor del horror. Sea como fuere, tres ejemplos en los que resulta plenamente justificado utilizar adjetivos como kafkiano, evocando nombres como los de Poe, Bierce, Jarry, Apollinaire o Beckett.
 
De buen humor, recuperación justa y necesaria de la figura y la obra de José Santugini, viene, por tanto, a mostrarnos, gracias al esfuerzo de Santiago Aguilar, que hay más cosas entre el cielo y la tierra de la literatura y el cine españoles, de las que academias, profesores, universidades y aburridos libros de texto se empeñan en contarnos una y otra vez, consiguiendo casi siempre que uno, como si de un personaje santuginiano se tratara, quiera coger un barco añoso, desvencijado y a punto ya de devenir en derelicto, a fin de convertirse en náufrago de nuestra cultura, viviendo feliz en algún islote ignoto. El mismo islote al que van a parar, casi siempre, las obras de autores como José Santugini y sus amigos.
 
 
Publicado en Neville. Magazine digital
 

Santuginizados estamos: De buen humor, de José Santugini. Por Jesús Palacios. 03/11/2012

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Santuginizados estamos

 De buen humor, de José Santugini
  
Por Jesús Palacios
 

Nada hay más admirable, en mi poco humilde opinión, que rescatar del olvido obras y autores de antaño que, vueltos así a la vida en cierto modo, nos devuelvan también a nosotros la esperanza de poder llegar a sentirnos orgullosos de ser españoles. Y no precisamente por ganar mundiales de fútbol o carreras automovilísticas. Santiago Aguilar lleva varios años embarcado en el hercúleo esfuerzo de traer a la memoria no solo el recuerdo, sino sobre todo las obras, de José Santugini (1903-1958), figura oscura, que pareciera permanecer siempre en segundo plano –cuando raramente aparece-, en el panorama del cine y la literatura españoles de la primera mitad del pasado siglo.
 
Santugini forma parte –y no precisamente pequeña- de lo mejor del cine español de los años 40 y 50, época también a explorar con atención, más allá de prejuicios políticos trasnochados y poco o nada operativos, pero, como tan solo llegó a dirigir una película (Una mujer en peligro, 1936), colaborando principalmente como guionista y dialoguista para otros realizadores, su nombre es a menudo olvidado, en beneficio de los mucho más sonoros de aquellos directores con quienes trabajara –entre ellos: Rafael Gil, su colega y amigo Edgar Neville, Ladislao Vajda (con quien colaboró en siete títulos), Ignacio F. Iquino, o el argentino afincado en España, León Klimovsky-, pasando así a integrar la abundante nómina de guionistas y escritores sin cuyo talento y talante peculiares el cine no sería lo que es, pero que se pierden en la oscura noche del alma de las películas, donde los espectadores –y muchos críticos e historiadores-, no suelen atinar a distinguir más allá de realizadores, productoras y estrellas de relumbrón. Si esta faraónica maldición de los guionistas alcanza con todo su peso al Santugini cineasta, en su faceta literaria, se sirve doble ración. De un lado, forma parte de la llamada (primera) “generación del humor” y, a veces, “la otra generación del 27”. Es decir, la compuesta por aquellos escritores que colaboraban habitualmente en la mítica revista Buen Humor, algunos de los cuales pasaron después a trabajar en otras como Gutiérrez y, terminada ya la contienda civil, en la no menos mítica La Codorniz: Enrique Jardiel Poncela, Antonio de Lara “Tono”, José López Rubio, Miguel Mihura, etc. Si ya ha costado tiempo, sudor y lágrimas recuperar y dignificar justamente la labor literaria de estos y otros humoristas de la época –habiendo de invocarse a menudo, para ello, pesos más pesados como los de Gómez de la Serna, Fernández Flórez, Julio Camba o el propio Valle-Inclán-, cuánto más difícil habría de ser rescatar de entre sus filas a un tal José Santugini, cuyas escasas incursiones teatrales no gozaron de especial éxito o predicamento, y que nunca, nunca, llegó a publicar sus relatos en forma de libro.  
 
» Santugini forma parte –y no precisamente pequeña-
de lo mejor del cine español de los años 40 y 50,
época también a explorar con atención,
más allá de prejuicios políticos trasnochados
y poco o nada operativos.
 

Pero no se vaya a creer, a tenor de estas líneas, que Santugini no tuvo el aprecio de público, lectores y críticos. Muchos le consideraron, eso sí, a la hora de su muerte –rasgo casi propio de algún relato santuginiano-, «acaso el mejor guionista cinematográfico que en la actualidad poseía nuestro país». Sus relatos aparecieron no solo en Buen Humor, sino también en otras publicaciones tan prestigiosas como Blanco y Negro –y su inolvidable suplemento infantil: Gente menuda-, Nuevo Mundo, o Estampa, además de ser habitual de Cinegramas, pionera de las publicaciones cinematográficas españolas,para la que, hasta su cierre a consecuencia de la Guerra Civil, inventó una especie de género (o géneros) nuevo, ya que sus breves textos para la misma no eran ni críticas, ni reportajes, ni crónicas cinematográficas propiamente dichas, sino singulares fabulaciones humorísticas, fantasías breves y de lúcida ironía, sobre el mundo del cine y sobre Hollywood. Si después de la guerra escasearon sus colaboraciones literarias, fue, tan sólo, por su profesionalización como guionista, no por falta de imaginación, talento y aprecio de editores y lectores. 

Otro factor más que viene a sumarse a esta capa de negrura, que durante años ha ocultado la figura y obra de Santugini, es, precisamente, esta división forzada entre el humorista literario y el guionista cinematográfico. Si de vez en cuando salía a relucir Santugini en algún estudio sobre la generación del humor, lo hacía sin apenas referencia alguna a su significación como escritor para la pantalla, y viceversa. Cuando, más habitualmente, era citado como guionista de películas tan señaladas como La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944), Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950), Mi tío Jacinto (Ladislao Vajda, 1956) o El cebo (Vajda, 1959), muchas de ellas, verdaderos hitos en el siempre tortuoso devenir del cine de género español, poca o ninguna referencia se hacía a su pertenencia a la plana mayor de Buen Humor, y su abundante obra como autor de relatos humorísticos.
 
» Los cuarenta y siete relatos recogidos en De buen humor
nos proporcionan un panorama completo, ya que no completista,
del mundo personal y generacional de Santugini. 
 
Esta situación, ha venido a cambiar definitivamente, como ya se dijo, gracias al casi quijotesco empeño de Santiago Aguilar, quien, tra
s años de escarbar en bibliotecas públicas y privadas, de buscar y rebuscar, de escribir e investigar, dando a luz algunos perfiles biográficos y literarios sobre el autor, ha conseguido que, por fin, más de medio siglo después de su muerte, José Santugini publique un libro, rúbrica segura, justa y necesaria para hacerle hueco en la historia de la literatura española… O, al menos, en las estanterías y mesas de las librerías durante un par de meses, que no es poco. De buen humor, en clara referencia a la revista de la que proceden gran parte de sus textos, es el título de este volumen recién editado, primorosa y cuidadosamente, por esa rara avis del panorama nacional que es Pepitas de calabaza –que en gesto proféticamente santuginiano se presenta desde el principio de su existencia como «Una editorial con menos proyección que un cinexín»-, con un diseño y portada evocadores de las mejores ediciones de la época, en tapa dura, mejor cosido que Boris Karloff, y con una prístina tipografía que hace de su lectura un puro placer oftalmológico.
 
Seleccionados y prologados por Santiago Aguilar -acompañados por una introducción general y varias particulares, consagradas a cada una de las secciones en que se divide el libro, e incluyendo una completa bibliografía y filmografía del autor-, los cuarenta y siete relatos de Santugini recogidos en De buen humor nos proporcionan un panorama completo, ya que no completista, de su mundo personal y generacional, que muestra tanto las obsesiones propias de su tiempo y compañeros de viaje –la fascinación por el cine, el gusto por el humor negro, el juego con el absurdo, el surrealismo galopante, el impacto de las vanguardias, etc.-, como sus características singulares. Un universo único –santuginiverso-, poblado por extravagantes personajes en perpetua huida de sí mismos y, sobre todo, del panorama burgués, mediocre y gris que les rodea (o a la inversa). Náufragos que no quieren ser rescatados ni a tiros; fantasmas que se asustan de los vivos, sufren de ciática o se emplean como espectros de castillo profesionales; ladrones contratados por el hotel donde roban, para disponer de su propio “fantomas” de prestigio; orquestas caníbales que devoran a sus miembros de uno en uno; revolucionarios a la fuerza del pacífico reino –después república- ficticio de Betania; duelistas que se desafían a sí mismos hasta la muerte; “extras” cinematográficos que se pierden su propia boda, confundidos entre los invitados; huérfanos con seis padres distintos a los que mantener; el propio Diablo (así, con mayúscula) reducido a feriante, presentando el pasadizo del terror de una verbena… Y un sinfín de situaciones imposibles, que van de lo paradójico a lo netamente fantástico o ultratúmbico (en desopilante palabro santuginiano), pasando de lo festivo a lo macabro –con especial predilección por el suicidio-, sin desdeñar apuntes sicalípticos –esa muchachita que lleva décadas esperando la cita a ciegas… Hasta conseguirla siendo ya provecta anciana-, casi futuristas –el loco paseo en coche sufragista, del cuento De cómo estuve a punto de ser raptado-, satíricos y, con menor frecuencia, paródicos. Usando y abusando de su técnica de diabólica inversión de situaciones y personajes, que lleva la paradoja al puro exceso cómico… Pero también absurdo e inquietante. 
 
» De buen humor, recuperación justa y necesaria
de la figura y la obra de José Santugini,
viene a mostrarnos que hay más cosas entre el cielo y la tierra
de la literatura y el cine españoles,
de las que academias, profesores, universidades
y aburridos libros de texto se empeñan en contarnos una y otra vez. 
 
Los consagrados al mundo del cine, publicados, como se dijo, en la revista Cinegramas, sorprenderán, sin duda, a muchos cinéfilos españoles que olvidan con frecuencia el gusto cosmopolita de aquella generación del humor, que participara, de la mano guía de Neville, en el propio Hollywood dorado, durante el trajín de las dobles versiones. Santugini hace alarde de imaginación desbordante, teñida de lúcida sátira del Star System, en estampas como El niño actor o Publicidad, al borde del gótico hollywoodiense, mientras que en El mejor film de gángsters, la búsqueda del realismo deriva en snuff movie de masas avant la lettre. En El director, inspirado probablemente en la figura y el mito de Josef von Stroheim, un tiránico realizador alemán afincado en Hollywood fallece, y al llegar al cielo intenta, látigo en mano, poner orden en el “plató” divino, para que parezca más real y digno.
 
Tarea abrumadora e inútil, seguir reseñando los relatos de Santugini. Lo mejor, lo único inteligente, es, claro, leerlos. Especialmente, atendiendo a la eficaz organización del libro, dispuesta por Aguilar en complicidad con los editores, que, como ya se apuntó, divide los textos en distintos bloques, representativos de los temas más característicos del autor, precedidos siempre por una breve, concisa e inteligente presentación, que los contextualiza convenientemente. No puedo, sin embargo, resistirme a destacar tres historias que, sin perder el hilo conductor del humorismo propio de Santugini, bordean e incluso violan las fronteras del género, para transmitir una sensación de puro escalofrío, que los convierte en auténticos cuentos de miedo, dignos de figurar en cualquier antología del terror hispano. La tragedia de la puerta giratoria, es una tragedia de situación -¿aceptamos sittrag como animal de compañía?- que, como bien indica Aguilar, prefigura La cabina de Mercero, pero, es más, recuerda por adelantado también otros ejemplos de tragedia absurda minimalista, muy posteriores, como El asfalto de Buiza o La mancha de Plans, e incluso, ¿por qué no?, el No se culpe a nadie de Cortázar. En El tranvía número 1.013, Santugini nos invita a un verdadero
paseo infernal, atrapados dentro de un tranvía que no se detiene nunca, atravesando Madrid en frenético viaje fantasmagórico, mientras en su interior se cometen atroces asesinatos, secuestros y horrores varios, ante el aterrorizado protagonista, a quien un diabólico cobrador impide bajar del vagón en marcha. Pesadilla expresionista, lo grotesco de las situaciones y personajes no invalida su capacidad asustante, antes bien la subraya y potencia hasta el fatídico final. Ejemplo único de la escasa labor literaria de Santugini en la posguerra, El silencio, como ya nos avisa Aguilar, es el relato más oscuro de los incluidos en el libro. Un cuento alucinado y alucinante, en la tradición del Poe de El corazón delator o El demonio de la perversidad, donde el protagonista, en pirueta casi lynchiana, se llama a sí mismo por teléfono, para confesarse el crimen oculto que presuntamente ha cometido. Relato hecho a base de alusiones, elíptico y enervante, podría verse en él una metáfora de los miedos de la España franquista de posguerra, con sus delaciones y censuras, sus “silencios” obligados y vigilados… O, simplemente, un cuento de miedo, en el que Santugini lleva su característico arsenal humorístico, basado en el absurdo, la paradoja, la ruptura de la lógica y los personajes alienados, hasta sus últimas consecuencias, traspasando la tantas veces fina barrera que separa el humor del horror. Sea como fuere, tres ejemplos en los que resulta plenamente justificado utilizar adjetivos como kafkiano, evocando nombres como los de Poe, Bierce, Jarry, Apollinaire o Beckett.
 
De buen humor, recuperación justa y necesaria de la figura y la obra de José Santugini, viene, por tanto, a mostrarnos, gracias al esfuerzo de Santiago Aguilar, que hay más cosas entre el cielo y la tierra de la literatura y el cine españoles, de las que academias, profesores, universidades y aburridos libros de texto se empeñan en contarnos una y otra vez, consiguiendo casi siempre que uno, como si de un personaje santuginiano se tratara, quiera coger un barco añoso, desvencijado y a punto ya de devenir en derelicto, a fin de convertirse en náufrago de nuestra cultura, viviendo feliz en algún islote ignoto. El mismo islote al que van a parar, casi siempre, las obras de autores como José Santugini y sus amigos.
 
 

Publicado en Neville. Magazine digital

http://nevillescu.wordpress.com/2012/10/01/santuguinizados-estamos/ 

Cercano Cadalso, de Víctor González-Quevedo. Reseña. Por David Fueyo. 26/10/2012.

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Víctor González-Quevedo
Cercano Cadalso
Colección Turbulencias
86 páginas

 

 

 
 
  
Errores, experiencias, sueños, anhelos
 
Por David Fueyo
 
 
Cercano Cadalso constituye el bautismo de fuego de una nueva voz que surge con fuerza en el nuevo panorama poético asturiano. Con muchas y abundantes lecturas de poetas tanto clásicos como contemporáneos (aunque la influencia de los clásicos es notable en esta obra), Víctor González-Quevedo presenta su propuesta en la que poco a poco va ensamblando las piezas clave que constituyen su particular mundo.
 
González-Quevedo no es un poeta fácil ni agradecido de leer pese a que su imaginario se basa en poemas cortos que cantan al hombre y a sus temas. Así, pues, la pérdida de la niñez, del amor, los caminos del sentimiento o sus pesadillas (que son las de la inmensa mayoría) juegan a desconcertar al lector inquieto que busca algo más de lo que pueda encontrar en los versos complacientes de otros poetas, quizá por ello preferidos del gran público (No más quejarse, sino actuar / no más el ladrido del hombre mustio, basta de ramas molestas).
 
González-Quevedo es valiente en su canto recién salido del horno en la jovencísima colección independiente “Turbulencias”, que inaugura con Cercano Cadalso su publicación en el género de poesía. En este volumen, prologado por Lauren García con el título de “La depuración de la ceniza”, encontramos sesenta poemas macerados con el tiempo que surgen al calor de la lectura compulsiva de Baudelaire, Celan, Pizarnik, William Blake, Lord Byron o Shelley, aunque también encontramos referentes más cercanos en el tiempo y en el espacio, como puede ser el verso elevado de Pelayo Fueyo (Llegará lleno de fuegos / ansioso por compartirlos / con todos los seres mortales / que acudan a saludarlo), pero lo más destacable de esta obra no son las lecturas previas del autor, sino lo vivido, lo soñado, lo deseado y nunca tenido, lo pensado y nunca dicho, pero ahora al fin escrito y publicado.
 
Sin lugar para el barroquismo formal, pero con gran profundidad tanto en imágenes como en el vocabulario empleado, el poeta divide esta obra en tres partes denominadas respectivamente como La caja telúrica donde parece en primer lugar lamentarse de los errores cometidos y revolverse contra ellos con sus versos, mostrando al final de esta primera parte su declaración de principios frente a la poesía y lo que de ella deriva (¿No quería esta inspiración? / He aquí la tortura, y allí su ribete). En la segunda parte, denominada Las esferas intermedias,el autor va deslizando sus versos entre sus experiencias, sueños y anhelos, compartiendo con el lector su visión sobre lo humano y sus sombras (Fluí como él en un tiempo, con la brisa / hubo años de esquivar / figuras erráticas, ángeles derruidos), para concluir con la tercera parte del poemario a la que llama Las elipses inefables, siendo en esta en la que se encuentren los poemas más largos y quizá menos accesibles del volumen y donde el autor parece reflexionar sobre lo entregado en las páginas anteriores, dejando para el último poema estos significativos versos: Al cabo solo querían / una entrega sincera del cuerpo / su oxidada cota de mallas.
 
En definitiva, una ópera prima digna de escogerse como compañera de un viaje a las profundidades del ser, a las cimas y simas de la percepción y de sus sensaciones, un poemario que suena con voz nueva en una editorial joven y pequeña, pero lo que es más interesante es que González-Quevedo habla con voz fresca y propia, una voz que en el futuro seguirá hablando y que también a buen seguro dará mucho de que hablar.

 

Alfonso Zapico, Premio Nacional de Cómic 2012. 22/10/2012

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Alfonso Zapico

 

Alfonso ZAPICO, Premio Nacional de Cómic 2012 

 

El ilustrador y autor de cómic español Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981) que en la actualidad reside en Angoulême, Francia, trabajando en proyectos para la Maison des Auteurs, acaba de obtener el Premio Nacional de Cómic 2012 por su libro «Dublinés», una biografía sobre el escritor irlandés James Joyce, publicada en la editorial Astiberri.

Entre otras obras, es autor de el álbum La guerre du professeur Bertenev y de las novelas gráficas Café Budapest y La ruta Joyce. 

Además de ser finalista en premios importantes, fue galardonado con el Prix Bd Romanesque Ville de Moulins en 2007, dos premios Haxtur y el Premi Josep Toutain en 2010.

 

Más información en: blog de Marcelo Matas (reseña)

 El País

Avance de Dublinés

Fado y poesía, poesía y fado en el Club de Prensa de La Nueva España de Gijón. 29/10/2012.

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Lunes, 29 de octubre de 2012; 20:00 h.
Club de Prensa de La Nueva España de Gijón
(Monte de Piedad, C/. Instituto, esquina C/. S. Antonio) 
 
 
 
FADO Y POESÍA, POESÍA Y FADO
 
Charla-coloquio, con proyección en DVD de fados de
Amália, Ana Moura, Carminho, Mafalda Arnauth, Antonio Zambujo, Aldina Duarte y Mariza
 
 
Intervienen
Ángel G. Prieto y  Ramón G. Ovide 
de la Asociación de Amigos del Fado de Asturias
y
David Fueyo y Ernesto Colsa,
poetas de la Asociación de Escritores de Asturias 

La isla de los abandonados, de Marius Holst: Sombría y fascinante. Por José Havel. 19/10/2012.

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Sombría y fascinante

La isla de los abandonados, de Marius Holst

Por José Havel

 

A modo de corolario a la trama argumental, ya cerrada, al final de La isla de los olvidados irrumpen en pantalla unas filmaciones históricas, en blanco y negro, que muestran a adolescentes marchando en formación, recogiendo trigo, removiendo piedras. En medio de esta última actividad la imagen se congela sobre uno de esos muchachos, quien, en segundo término del plano, aparece con la cabeza vendada y el rostro tumefacto. Él, ellos, los chicos de las imágenes a las que aludo, son internos verídicos de la Institución Bastøy. Situado 75 km al sur de Oslo, en la isla de Bastøy que le da nombre (una ínsula de 2,6 km cuadrados), este centro de internamiento estatal para huérfanos y jóvenes delincuentes funcionó de 1900 a 1953.

Los orígenes del correccional datan de una decisión del parlamento noruego destinada a ayudar a niños abandonados por sus padres, con la idea de proporcionar una educación correctora más que punitiva, por lo que el reformatorio de Bastøy fue considerado en su día como un modelo a seguir en cuanto a política de reinserción social. Hasta que precipitaron su cierre irregularidades de toda clase: malversaciones y castigos físicos cruentos aparte, los internos más fuertes se veían sometidos a trabajos forzados —en realidad, se les explotaba como mano de obra barata—, mientras que los más débiles suponían presa fácil para abusos sexuales impunes. Lo peor de todo era que la fuga resultaba imposible en aquella isla. Sólo podía salirse de allí con la firma del director.

La isla de los olvidados, estrenada en España con dos años de retraso, da muy documentada cuenta de lo acontecido en la institución escandinava. Ambientado en 1915, este notable filme de Marius Holst sabe tomarse su tiempo en la narración de los acontecimientos previos al esperado motín de los jóvenes ‘humillados y ofendidos’ frente a las formas arbitrarias, absurdas y desproporcionadas de la autoridad. Todo ello se expone a través de una gélida fotografía de cromatismo atenuado, cuya baja temperatura casi corta el aliento, tanto como desazona la no menos fría pintura tenebrista de los espacios interiores, con el noruego Edvard Munch y el danés Vilhelm Hammershoi de principales referencias.

Bajo las medidas punitivas, oficialmente infligidas a los menores en nombre de la moral burguesa que aboga por reconducirlos por el buen camino mediante la educación, se transparentan la voluntad de poder y dominación que mueven a los vigilantes tras la máscara de una hipocresía abyecta. La recreación minuciosa de un internado correctivo de comienzos del siglo XIX no tarda en cobrar valor alegórico acerca de los juegos de poder tejidos sobre la opresión y los crímenes más viles. Y se agradece que el riguroso largometraje de Holst lo haga sin sucumbir a la molicie de las soluciones previsibles, corrientes en este tipo de metáforas simbólicas.

Hoy, tiempos nuevos, tiempos no tan salvajes, la isla de Bastøy alberga una prisión experimental, la primera cárcel ecológica del mundo, con capacidad para 115 reclusos. El equipo de empleados dirigido por el alcaide consta de 69 empleados, de los cuales solamente 5 pernoctan intramuros. Los presos son alojados en cabañas de madera y trabajan en la granja del centro penitenciario; durante su tiempo libre pueden practicar la equitación, la pesca, el tenis y el esquí de fondo. Nadie quiere fugarse ya.

 

LA ISLA DE LOS ABANDONADOS (King of devil’s island / Kongen av Bastøy). Noruega/ Francia/ Suecia/ Polonia, 2010. Dirección: Marius Holst. Guion: Dennis Magnusson y Eric Schmid. Fotografía: John Andreas Andersen. Música: Johan Söderqvist. Montaje: Michal Leszczylowski. Intérpretes: Stellan Skarsgård (Bestyreren), Benjamin Helstad (Erling/ C-19), Kristoffer Joner (Bråthen), Trond Nilssen (Olav/ C-1), Morten Løvstad (Øystein), Daniel Berg (Johan), Magnus Langlete (Ivar / C-5). Duración: 120 minutos.

 

50 Festival Internacional de Cine de Gijón (Del 16 al 24 de noviembre de 2012). Por Redacción. 19/10/2012.

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50 Festival Internacional de Cine de Gijón

(Del 16 al 24 de noviembre de 2012)
 
Bodas de oro con el mejor cine independiente actual

 

Por Redacción

La película Beyond the Hills, del director rumano Cristian Mungiu (Cuatro meses, tres semanas y dos días) abrirá el Festival Internacional de Cine de Gijón. El filme, ganador en Cannes de los premios a mejor guión y mejor interpretación femenina, competirá en la Sección Oficial junto a otros 15 títulos del mejor cine independiente actual.

James Marsh, ganador de un Oscar por el documental Man on Wire (2008), presentará en el FICXixón su último proyecto, Shadow Dancer, un thriller protagonizado por Clive Owen y Andrea Riseborough con el conflicto norirlandés de fondo. Otros representantes europeos en Sección Oficial serán el danés Mad Matthiesen, que nos cuenta en Teddy Bear la historia de un culturista que busca el amor, la bosnia Aida Begic, que en Children of Sarajevo analiza las vidas de quienes fueron niños durante el conflicto de los Balcanes, y la película francesa Approved for adoption, también presente en la nueva sección AnimaFICX, basada en la novela gráfica de Jung Piel color miel.

Mención aparte merecen las dos representantes españolas, La venta del paraíso, dirigida por Emilio R. Borrachina, y Viaje a Surtsey, de Javier Asenjo y Miguel Ángel Pérez. La primera nos introduce en un mundo de marginados madrileños que acogen a una inmigrante mexicana, víctima de una estafa. La segunda se enmarca dentro de la nueva ola del cine independiente de nuestro país y cuenta la historia de dos amigos montañeros que, años después de separarse y con la familia a cuestas, deciden escalar ese pico que anteriormente se les resistió.

Entre las candidatas internacionales encontramos a los bebés de Sundance Hello, I Must Be Going, del director Todd Louiso, y California Solo, de Marshall Lewy, un derroche de interpretación de mano del escocés Robert Carlyle. También la ganadora del South by Soutwest de este año, Gimme the Loot, de Adam Leon, la nueva película de Nick Cassavetes, Yellow, o el filme de clausura, Between Us, hija del cofundador del festival de cine independiente Slamdance, Dan Mirvish. Esta película, presentada fuera de competición y basada en la obra de teatro homónima representada en el Off-Broadway, reflexiona sobre cómo cumplir los sueños que alimentan nuestra existencia o vivir a pesar de ellos.

La Sección Oficial del FICX acoge también primeros y segundos trabajos de cineastas emergentes. Entre ellas, la película japonesa About the pink sky, dirigida por Keiichi Kobayashi, la ecuatoriana Mejor no hablar de ciertas cosas, de Javier Andrade, la israelí Epilogue, de Amir Manor o la afgana The Patience Stone, de Atiq Rahimi, coescrita por Jean-Claude Carrière, antiguo guionista de, entre otros, Luis Buñuel. El surcoreano Lee Sang-Woo presentará en Gijón su cuarto largometraje, Barbie.

Cabe destacar que, entre los dieciséis títulos de la Sección Oficial, tres de ellos (The Patience Stone, Children of Sarajevo y Beyond the Hills) son candidatos al Oscar a Mejor Película Extranjera por sus respectivos países.

En la 50ª edición del FICXixón también se podrán ver filmes como Polluting Paradise, de Fatih Akin (Al otro lado), dentro de la sección Rellumes, o Mekong Hotel, del ganador de una Palma de Oro Apichatpong Weerasethakul (Tropical Malady). En Esbilla, sección en la que confluyen las mejores películas del circuito de festivales, se proyectará The Sessions, de Ben Lewin, y Después de Lucía, de Michel Franco, entre otras. La nueva sección de animación, AnimaFICX, contará con el filme de Goro Miyazaki From Up on Poppy Hill.