miércoles, 01 de octubre de 2025
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Morrió Nené Losada Rico, decana de les lletres asturianes

La escritora valdesana Nené Losada Rico, decana de les lletres asturianes mos dexó esti sábadu a la edá d’87 años. La poeta y narradora ñació en L.luarca’l 10 de payares de 1921. Escritora autodidacta, escribió relatos y poemes en castellán. Más tarde, entamó a facelo na llingua asturiana, con formes poétiques cercanes a la poesía popular. En 1992 recoyó bona parte de la so obra en versu nel volume Cantares valdesanos, n’edición de Consuelo Vega, que se completa col nuevu llibru poéticu apaecíu en 1997 col títulu de Entre apigarcios.
Col so nome convócase cada añu un premiu de poesía, un d’ellos, Restos de un Naufragio de Natalia Menéndez, reseñáu estos díes en LITERARIAS. Nel añu 2000 recibió l’Urogallo 2000, entregáu pol Centru Asturianu de Madrid, al que nel 2005 se-y sumó la medaya de plata del Principáu d’Asturies y en 2008 foi nomada Fía Predilecta del Conceyu de Valdés.

DE SOLDADOS Y GENERALES. 13/04/2009

 


«El mundo es la casa de quienes carecen de ella»”, nos dice Shahrázád cada vez que queremos acercarnos a Las mil y una noches. No está nada mal recordarlo, más aún cuando acaba de irse Corín Tellado. Una escritora que no necesitó ningún debate intelectual para situarse —consciente o no— en el lugar de una literatura que bogaba sin ayudas entre el consuelo y la agitación, entre el impulso y el entretenimiento, entre el deseo y la realidad.
 
A estas alturas parece claro que Tellado no será recordada por ninguna obra maestra, ni siquiera dentro del género romántico que tanto abrazó. Y es posible que existan profesores, críticos, estudiantes y lectores que no consideren su trabajo dentro de ese espacio llamado literatura. En realidad esas consideraciones se verán menores o empequeñecidas ante la franqueza de su trabajo cotidiano, ante el resultado que seguramente ninguna campaña oficial ni receta particular a favor de la lectura haya conseguido casi ningún escritor ni administración pública o privada. La inmensa mayoría de lectores no comienza su particular periplo literario a través de obras maestras, sino que lo hace a través de obras catalogadas como menores, de obras populares que poco a poco, en un acto privado de curiosidad y exigencia, les llevarán a adentrarse en los remolinos y repechos de otras aventuras y conocimientos, sin duda cada vez más complejos y también más necesarios y satisfactorios.
 
Pero yerran quienes, aupados por su delirio y a la sombra de derivas e intereses autoritarios inconfesables, creen que la salud de una sociedad puede diagnosticarse también analizando la lista de los libros más vendidos. Agobiados por la urgencia de una realidad velocísima nadie ha reparado en valorar la lista de los libros más apreciados. Seguramente este dato no le interesa a ningún grupo de comunicación ni a ningún representante que mete sus manos artríticas en la política cultural. Parece que hubiera detrás de todos ellos un Gran Hermano que quisiera controlar y ordenar a lectores obedientes en lugar de a lectores libres y críticos. Por esto, ¡cuánto bien harían en volver a llevar a los escritores a las aulas de los colegios e institutos de nuestro país! Y no sólo a los de literatura infantil y juvenil o a los de mayor éxito o conocimiento, sino a muchos más. Corín Tellado, al igual que muchos otros escritores de novela popular, forma parte de ese ejército de soldados humildes que posibilitaron el tránsito de muchos lectores huérfanos y ávidos hacia otras lecturas, hacia otro mundo. Es fácil entonces sustituir el sustantivo de Shahrázáde, porque al fin también ese mundo es a su vez el mundo de la literatura y «la literatura es la casa de quienes carecen de ella». Para ellos escribió Tellado. Y para otros muchos que vendrán, seguirán escribiendo otra legión de escritores. Por fortuna, no todos tienen por qué ser generales. Por una vez, alguien supo ponerse en la primera línea de fuego y cobrar justamente por ello.
Ahora llegarán mas homenajes, más recuerdos y, tal vez, más premios, aunque el tiempo todo lo devore.
 
Las ilustraciones pertenecen a Leticia Ruifernández.

LITERARIAS. Fallece Corín Tellado. 11/04/09

 

 

 

La escritora Corín Tellado ha muerto esta madrugada en Gijón, a los 81 años. La novelista publicó más de 4.000 títulos, siendo tras Miguel de Cervantes, la autora más leída en español. Asímismo ha sido traducida a varios idiomas. Fue autora de novelas de corte romántico que alternó con otros de corte erótico bajo el seudónimo de Ada Miller.
 
Desde hace años padecía una insuficiencia renal crónica que le obligaba a llevar un duro tratamiento. Pese a ello, la escritora mantuvo siempre en alto su vocación literaria y un espíritu lleno de vitalidad. Corín Tellado nació en abril de 1927 en el pueblo de Viavélez (Asturias), en el concejo de El Franco. Vivió en Cádiz y durante los años 50 se instaló en Gijón. En esta ciudad asturiana se caso y tuvo dos hijos.
 
En 1998 se le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo y un año después el Gobierno del Principado de Asturias le concede la Medalla de Asturias en su categoría de Plata.
 
Desde su creación, siempre ha sido candidata para el Premio de las Letras de Asturias. Representantes de la Asociación de Escritores de Asturias han confirmado que en la convocatoria actual la novelista vuelve a aparecer en las quinielas.
 
La capilla ardiente de la novelista está instalada en la sala 3 del Tanatorio de Cabueñes (Gijón). El funeral se celebrará el lunes, a las 17.00 horas, en la Iglesia de la Inmaculada de Gijón.

Tres poetas: Herme G. Donis, Natalia Menéndez y Antonia Álvarez. Por Javier Lasheras. 10/04/09.

Lo sguardo effimero (La mirada efímera)
Herme G. Donis.
Levante Editori, 2009. Bari.
 
Restos de un naufragio
Natalia Menéndez
Ed. Universos, 2008.
 
La raíz de la luz
Antonia Álvarez Álvarez
El Brocense, 2007. Col. AbeZetario. 
 
Lo sguardo effimero.
En una espléndida edición bilingüe, la editorial italiana Levante nos ofrece Lo sguardo effimero (La mirada efímera). Un libro de jaikús que Herme G. Donis nos regala con elegancia, hondura y rotundidad, tanto en la expresión vital como en su factura poética. Si bien la autora ya nos había sugerido en sus primeros libros y después concretado en algunos inéditos —pertenecientes a la antología Vida y memoria (Deva, 2002)— sus incursiones en estas lides, ahora nos muestra, más allá de su hábil sujeción métrica, un hilo conductor que además de golpearnos hermosamente con cada verso nos ayuda a entender la apuesta y la narración del conjunto del libro. Así, tres son las partes que conforman Lo sguardo effimero: L’acqua ripetuta —El agua repetida—, Haikù occidentali —Jaikús occidentales— y La vita in bilico —La vida en vilo—. Cada una de ellas se corresponde, respectivamente, con el invierno, el verano y el otoño, ajustándose de este modo a las concepciones clásicas de los autores del haiku o “haijines”. Pero la poeta no se para sólo en esta moldura. Porque el lector podrá apreciar, bien entre líneas o bien en una segunda lectura, la poliédrica significación de los adjetivos, las atinadas y en ocasiones sugerentes confusiones entre sujeto y objeto así como la ausencia de verbos en algunas de sus más acertadas y brillantes construcciones.
Herme G. Donis, consciente de que no sólo basta con apropiarse de la tradición, apura cada verso y cada sílaba, cuida de sus sonidos y mima con un tacto exquisito el uso de la puntuación con el fin de alcanzar las secuencias de intensidad que el poema requiere: la autora no es nueva y conoce bien aquello que el lector va a apreciar y agradecer. Y todo ello para dotar de una elevada concentración emocional y de una densidad visual y sensorial tanto la mirada como el conocimiento del universo del lector, sin que ello suponga en ningún instante que la poeta renuncie al juego trascendente o entretenido de las palabras.
Pero lo antedicho no sería más que vacuas cargas estilísticas si no fuera porque Donis encuentra un argumento actual que cose a la retina de aquellos lectores que logren conectar con su realidad. Así es: desde el inicio del libro se nos muestra cómo la desnudez del sujeto poético se dispone para hacer suya la piel del agua, la lluvia, la tormenta y la nieve del invierno, al tiempo que alza ese cáliz en el que caben el nombre de todos y cada uno de los lectores para participar, con ella, de la misma liturgia: Dulce aguacero: / cada gota de lluvia / dice tu nombre. Y nombra y toca nuestro talón de Aquiles cuando nos brinda el ciclo inevitable de la vida: Eterna el agua / conduciendo la vida / hacia la muerte. O cuando nos deslumbra con la potencia de imágenes de la naturaleza que no por ya dichas dejan de impactarnos desde su ominosa o contenida presencia: al fin no sólo se es mendigo en el amor sino también en la naturaleza: Fresca limosna: / el agua de la fuente / la sed apaga. Y así se va desplegando todo el invierno, arropado al fin con un léxico que despliega y funciona simbólicamente, ya sea por acompañamiento, complemento o contraposición, creando explosiones instantáneas en nuestra lectura. Explosiones en serie que alcanzan de un jaikú a otro, creando un diálogo y una narración cuyo final estremece: Me ignoró el agua. / Nunca me regaló / su transparencia.
En su segunda parte, Donis escancia la sensualidad y la sutileza con una finura digna de Shikí, Bashô, Isaa, Taigi, Buson y tantos otros. Aquí, una estancia en Pola de Somiedo (Asturias) durante el verano sirve para desempolvar los presagios y los anuncios de la vida, la grandeza de lo más pequeño, el recuerdo de la infancia, la carga erótica y juguetona de los instantes y, por supuesto, la celebración de la belleza, tan frágil que al fin Bebemos vino / bajo cielos de púrpura. / Arde la vida.
Y finalmente, en la tercera parte, la poeta inaugura: Llega el otoño. / Con la vida en vilo, / temblor de hojas. Para luego ir desgranando y anunciando lentamente, con el sigilo de quien ya sólo desea un lugar para el descanso, cómo Poco a poco… seré olvido. Y también la muerte al acecho, la vida que mancha, las noches sin sueño, la paradoja de la maldad y la existencia, la necesidad de cambiar de sílabas como paralelismo de la vida cuando la muerte insiste… No es necesario transcribir aquí esos últimos diez o doce jaikús que siguen hasta llevarnos al final, a un final luminoso, casi todos ellos de una intensidad arrebatadora y muestras imborrables de la voz fecunda (por su multiplicidad), original (por la tradición respetada) y bella (por sus sensibles proporciones) de Herme. G. Donis.
Y detrás de todo, incluso de la lectura, queda colgando el hilo de un corazón inteligente que bombea la sangre de la luna, la infancia visible pero irrecuperable y la naturaleza que no es otra que esa primavera que, al fondo, entre las líneas de la batalla cotidiana, tal vez algún lector pueda encontrar. O quizá no. Así es la poesía.
 
Restos de un naufragio.
Por su parte, la editorial Universos nos ofrece el último libro publicado por Natalia Menéndez. Aunque considerando que Restos de un naufragio es la obra premiada en el año 2006 con el IV Premio de Poesía Nené Losada Rico y que posteriormente ha publicado otros dos libros, tal vez sea lógico pensar que no es el último que la autora ha escrito.
Fundamentalmente, el libro aborda la historia de un naufragio sentimental en el que ya en los primeros versos la autora se encarga de presentarnos sin ambages la personalidad del sujeto poético: Yo me quedo sola y te recuerdo. / Soy los pétalos / entre las páginas de un libro, / una montaña recién llovida, / un océano de luz entre los brazos.
Pero lo que más destaca es el rie
sgo que asume para contar una historia a través de los treinta y cinco poemas que constituyen el libro y en donde la idea de narración se apuntala por el tono de monólogo teatral que a veces logra. Además, la ausencia de títulos en los poemas, proporciona un equilibrado encadenamiento de toda la historia desde el inicio hasta el final del poemario. En este caso no seré yo quien dude de esta opción. En primer lugar porque esa es la decisión de la autora y en segundo porque una apuesta por titular cada poema tal vez hubiera dificultado más el tránsito en las emociones y las imágenes que Natalia Menéndez ofrece al lector. Así, no sólo va construyendo el desgarro, el desamparo y la ausencia con la simbología del rastro del equipaje sentimental que la persona amada deja, sino también con las texturas veloces de quien desvela una confidencia urgente.
Y sin embargo, Lo que hoy queda de aquel día / es sólo el misterio de la pluma, la tinta y las palabras. Es decir, una poesía (una experiencia) concebida no sólo como terapia, sino también como conocimiento y, en ocasiones, transformación del mundo exterior e interior.
Es cierto que algún poema parece quebrado, como Él nunca… en el que se pierde su hilo conductor interno, esa falta de relación entre el inicio, la transición y el final de su contenido, no dejando otra opción al lector que una interpretación excesivamente personal y a buen seguro inapropiada para la propia autora. Otros, como La playa…, parecen aislados del conjunto. Esto sólo va a provocar una sensación de montaña rusa, con sus llanuras, sus curvas peraltadas y esas emociones que no siempre llevan al corazón a desbordarse por la boca. A esta idea contribuye también que la voz de la narradora va mostrándose dulce o seca, como si la frontera de la pérdida todavía no se hubiese materializado. Y con todo, van haciéndose visibles, emergen de repente, los mejores versos incardinados dentro de Nostalgia…, Siempre… o Las aves fugaces…, mezclándose con otros que ayudan a comprender tanto los motivos y caracteres de los personajes como el argumento y la peripecia narrativa. Así podemos entender Nos equivocamos…, Ahora…, Soy la guardiana… o Su montaña…, entre otros. Pero todo este rompe piernas poético merece ser andado cuando al fin la historia despega: Le seguí… es un buen ejemplo de lo mejor de este libro, un contraste muy bien logrado entre el tedio y el deseo. Sabiéndote… contiene una imagen poderosa: Porque un rostro es la metáfora / que aún arde en mi memoria. Lo que la pluma… convence en su música y en la letra. Sé que he estado… muestra la contundencia de la pasión amorosa cuando se vuelve al lugar del crimen.
En definitiva, una historia bien esculpida que supera el riesgo asumido por sus logros puntuales —materializados más en imágenes que en ritmos y sonidos— así como por su vocación de voz clara e inteligible, bien escrita y compuesta en la mayoría de las ocasiones. Todo hace pensar que, junto con sus otros dos poemarios, Las virtudes cardinales y La nostalgia del caníbal, Natalia Menéndez es una voz que ya augura nuevas y atractivas construcciones. Una magnífica noticia para los años que vienen.
 
La raíz de la luz.
Llegada a la actualidad poética con un retraso sólo justificable por su reciente trayectoria, Antonia Álvarez Álvarez —Babia (León)—, despliega en La raíz de la luz un universo de lecturas lleno de reminiscencias de autores clásicos, tanto antiguos como contemporáneos. No es en balde. La autora leonesa muestra con un notable muy alto los quilates atesorados a través de sus lecturas y de su mano volvemos a visitarlos. Todo un lujo que puede verse empañado si el lector no se exige, si el lector no se concentra y obvia la particularísima sutileza en la selección y ajustada disposición de las palabras que alumbran imágenes inteligentes, clásicas y siempre bien enfocadas.
La raíz de la luz se articula en cuatro edificios singulares que nos ofrecen perspectivas diversas y complementarias. La primera, Luz de carne y hueso, ya nos anuncia un elemento fundamental para la compresión global del texto: el olvido. Este concepto funciona como un eje sobre el que pivotan el resto de símbolos y, a su vez, como un contrapunto indisociable del concepto luz. Así, al final del primer poema ya podemos leer en su último verso: Alumbradoras largas del olvido.
Esta primera parte es una invitación sensual, lujuriosa y continuada a degustar y paladear el cuerpo silábico de las emociones físicas, corporales y táctiles: venas, pies, manos, aromas… Espléndida factura contiene el poema titulado Gestos que, cómo no, la autora no olvida en rematar en un pentasílabo: Gestos de olvido. Es así como Antonia Álvarez nos traslada las emociones e ideas del poema: expresándolas a través de una imaginería clásica pero contenida como una bala en el tambor de un revólver. Una bala que sólo sale del cañón cuando el lector decide pulsar levemente el gatillo: es entonces cuando impacta en nuestra frente, con toda intensidad, la bala del olvido.
Hacia la luz, título del segundo piso de este edificio, vuelve a incidir en el olvido y el desolvido. Y más allá, va decantándose hacia el origen luminoso de la creación y de la palabra. Las composiciones Fiat lux o Las palabras sobresalen y encuentran en Búsqueda su broche. Pero súmese antes este botón de muestra: Pierdes el día andando entre las sombras. / Busca la claridad. / Rompe el olvido. Toda una declaración que sería muy del gusto de Machado, a quien Álvarez a buen seguro tiene muy en cuenta.
La tercera parte, Enamorada luz, constituye una celebración del deseo y de la búsqueda, de la amargura y la esperanza, del viento y la súplica, de la naturaleza y de la Tierra, pero definitivamente encumbra, remarca y subraya el olvido como materia omnipresente en la voz de Antonia Álvarez. Un olvido que debe ser alumbrado para saber que es inútil gritar contra el olvido, un olvido que es temblor y un olvido que, al fin, es herida y tal vez soledad, destrucción y nada.
Y, finalmente, Cáliz de luz supone tal vez la zona más enigmática de todo el libro. Con todo, el lector que haya llegado hasta aquí se verá recompensado por la perspectiva de una altura desde la que podrá contemplar el vuelo de sus versos. Así Toqu&eac
ute; la soledad con la mirada; / llegué a palpar la sed, a acariciar olvidos.
O poemas como Sosiego, Lumbre II y Rosa, por no mencionar el terceto final que dinamita los muros de esta construcción para dejar pasar toda la luz. Una luz de vida y conocimiento que pocos lectores podrán olvidar fácilmente.
 

 

Underground. Exterior día, interior noche. Por Manolo D. Abad. 07/04/2009

Underground.

Exterior día, interior noche.

Con las creencias siempre nos movemos en un terreno resbaladizo. Hay quien las viste como un traje que enseñar a los demás, como una especie de distinción que raras veces se proyecta al interior: Son lo que ellos quieren que los demás vean en ellos. Fariseos que invaden el templo para señalar con el dedo al disidente. Da igual que sea una religión o un régimen político. Los del dedo -¡qué gran imagen la de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" mostrando con su dedo al humano superviviente y con ese maléfico sonido extraexterrestre, como un silbido que es una sentencia de muerte!- siempre se amparan en la masa y, a través de ella, escondidos en su seno, se permiten el lujo de juzgar a los demás sin que la daga acusadora les señale. En la Semana Santa siempre se me aparece esa extraña mezcla de fervor y de hipocresía. Hay quien siente todo eso como algo propio, con una fe que envidian los descreídos; por otro lado, nos encontramos con aquellos que se dejan arrastrar, que disfrutan confundiéndose en esa masa que empuja las imágenes, que se emborrachan de creencias en la época del año donde mandan el capirote y la procesión masiva, mientras el resto del año ignoran todo lo relativo a esa fe de la que alardean en el momento en que hay que enseñarla en el escaparate social.

Y luego están aquellos que lo llevan dentro, aquellos que ayudan todo el año en los comedores sociales, aquellos que no alardean de sus actos, de sus buenas acciones, aquellos que realmente sienten lo que hacen como un acto personal, íntimo. Quien reza a alta voz en el templo y el que lo hace para sí en la soledad de su habitación. Quien prefiere proyectar su mundo a los demás, alardear -¿no es esto soberbia, uno de los siete pecados capitales de la religión católica?- o sentir su mundo lleno al llegar a la soledad de su persona, ese momento frente al espejo donde cualquier engaño resulta fatuo, donde mentirse sólo es un acto que realizan aquellos demasiado acostumbrados a vivir en una mentira permanente.

 

 

Vuelve la fiesta de la literatura a El Vendrell con VISOR’09. 07/04/2009

 

Un año más y convertido en un referente cultural que ya cumple su primer lustro, se repite este encuentro literario diseñado y dirigido por el escritor José Luis Espina.

 VISOR ‘09 es la continuación de un proyecto iniciado en el año 2005 y en el que ya participaron autores asturianos como Ignacio del Valle y Pepe Monteserín, entre otros. Está patrocinado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de El Vendrell y tiene como objetivo acercar a esa geografía municipal la obra y la palabra de destacados autores del actual panorama literario.

El sábado 25 de abril, desde las 12 del mediodía y hasta las 8 de la tarde, tendrá lugar en Vil·la Casals (Casa Museu de Pau Casals) la quinta jornada literaria VISOR ‘09 que este año llevará por título “Líneas d’ombra: Crònica Negra / Líneas de sombra: Crónica negra” una aproximación a la literatura criminal desde la óptica de la crónica social y política como argumento creativo para los autores del género.

Desde que en 1841 Edgard A. Poe publicara Los crímenes de la calle Morgue, la novela policiaca ha transitado por caminos muy diversos, afectada en gran manera por los avatares de una sociedad en permanente estado de transformación, y en la que la corrupción y el delito han ocupado un lugar nada despreciable, un guante que la novela negra recoge desde su óptica más sórdida para ser desmenuzado en clave literaria.

Desde la gran depresión norteamericana de los años veinte, la literatura policiaca pierde ese carácter de mero ejercicio deductivo para incorporar un enfoque más realista y una prosa mucho más cuidada, tomando los acontecimientos sociales y políticos de cada momento como trasfondo argumental.

En ese sentido Líneas d’ombra: Crònica Negra/Líneas de sombra: Crónica negra quiere abordar la denominada crónica de sucesos como material inagotable y fuente de inspiración para la novela negra.

Desde temáticas y geografías diversas Francisco González Ledesma, Jordi de Manuel, Teresa Solana, Lorenzo Silva, Cristina Fallarás y Raúl Argemí expondrán ante los asistentes las claves que dan sentido a su obra y que justifican el éxito de un género literario que desde hace casi treinta años en nuestro país, ha ido ganando adeptos entre autores y lectores.

PROGRAMA

12 h. Francisco González Ledesma

La novela de las calles

13 h. Jordi de Manuel

Narrativa negra como forense: autopsia de la naturaleza humana y de la realidad social

17 h. Teresa Solana

La crónica negra: una excusa para contar historias

18 h. Lorenzo Silva

Los delincuentes mediáticos: de la fascinación a la decepción

19 h. Cristina Fallarás y Raúl Argemí

Política, economía y otros trapicheos: un filón literario

Para saber más

http://visor09cast.blogspot.com

 

 

Geografías. El oficio de contar. Por Hilario J. Rodríguez. 06/04/2009

Vivo o muerto

Cuentos del Spaghetti-Western,

Tropo Editores, Zaragoza, 2008.

Todo depende de cómo nos tomemos las cosas. En la literatura, por ejemplo, podemos buscar o creer que ya hemos encontrado. Si somos de los primeros, quizás los libros colectivos de relatos nos interesen; y si somos de los segundos, seguramente nos fiaremos de alguna antología canónica (con autores indiscutibles) y poco más. Yo soy de los que se divierten con la inventiva y el trabajo, incluso con lo imprevisto, de forma que suelo echar un vistazo a proyectos como Vivo o muerto porque en ellos, quienes de verdad se toman las cosas en serio, suelen reinventarse en lugar de aplicar la plantilla de costumbre. Me gustan los escritores cuando se convierten en exiliados de sí mismos, para poder penetrar en una cultura distinta de la suya y, por consiguiente, con otro lenguaje. Y el spaghetti western me parece que era un territorio desconocido (u olvidado) para algunos de los autores de este libro. Por eso la mayoría de los cuentos resultan misteriosos y fantásticos aun cuando estén narrados en términos realistas. Ni siquiera los autores más conocidos (Carlos Castán, Manuel Vilas, Francisco Casavella, José María Latorre y Felipe Benítez Reyes) suenan con la misma música de siempre aunque no renuncien a las voces y recursos que suelen utilizar en otros proyectos más personales. Algo los delata. Da la sensación de que se hubiesen convertido en aquel personaje de la película Zelig, capaz de adoptar la forma de aquellos con quienes se encontraba.

Detrás de un proyecto así, claro, se necesita a un mago o a un loco. Un negociador, un instigador o un coordinador. En este caso el papel recayó en Óscar Sipán, un escritor febril al que le gusta experimentar, hacer pruebas, combinaciones. También arriesga. Eso es lo que lo hace tan esencial e imprevisible como generoso. De lo contrario, ni Patricia Esteban Erlés, ni Mario de la Torre, ni Norberto Luis Romero, habrían tenido cabida en las páginas de este libro. Poca gente habría confiado en ellos sin el debido currículum. Sin embargo, sus relatos no desentonan, están a la altura del conjunto, en el que habrá quienes establezcan rangos y preferencias, incapaces de valorar Vivo o muerto globalmente como un pastiche basado en un género cinematográfico que era a su vez un pastiche. Sin más. Hay quienes entienden la literatura como un combate de boxeo en el que es preciso tumbar al contrario; puede que yo mismo la entendiese de ese modo en algún momento de mi vida, ahora procuro no olvidar aquella frase de Mike Tyson: «Uno tiene un plan hasta que recibe el primer golpe». Con lo anterior quiero decir que sigo viendo combates de boxeo, ya no lo practico.

Volviendo al principio, ¿qué hemos de juzgar, pues, en un libro colectivo: el conjunto o sus partes? Yo opto por lo primero, lo segundo —además— es una cantinela que he leído muchas —demasiadas— veces. Arthur Schnitzler afirmaba que «eso de la genialidad está muy bien, pero el oficio tampoco es mala cosa». En este caso, estoy de acuerdo porque libros como éste, de varios autores, me parecen experimentos, ejercicios expansivos, intersecciones para ver adónde puede llegar un oficio tan solitario como la literatura cuando se practica entre varias personas al mismo tiempo. Únicamente de esa manera puede la literatura imitar al cine.

 

Underground: Reciclarse o… Por Manolo D. Abad. 03/04/2009

Leí en una ocasión que una de las profesiones más burguesas e inmovilistas que había era la de crítico de rock. No puedo estar más en desacuerdo con esa frase. Es más, afirmaría que para ser un buen crítico de rock hay que ser muy inquieto y estar en un permanente reciclaje. Críticos de rock y críticos cinematográficos deben estar al tanto de las novedades pero sin perder de vista el pasado, el más reciente o aquel que se remonta al más lejano. No significa, pues, olvidarse de lo aprendido sino de no perder la perspectiva, algo sumamente difícil cuando el hoy empuja con nuevas sensaciones que deben examinarse desde un compendio de parámetros donde no pierda sentido el pasado ni éste anule a la actualidad.

Claro que, en esta poco valorada profesión, siempre nos encontramos con muchos bultos sospechosos. A algún lamentable ejemplar de esta especie le recuerdo por un consejo infame, propio de un individuo que, hace ya mucho tiempo, debería haber sido borrado de la circulación, pero que, cosas de la vida, se mantiene en su puesto y, desde hace unos pocos meses, vuelve a manchar los periódicos con muchas de sus afirmaciones que son sólo estupideces. Me dijo el tipo, cuando le expresé mi satisfacción por haber conseguido hacerme con una enciclopedia sobre la nueva ola y la música independiente, que un crítico no necesitaba para nada poseer este tipo de libros Lo peor de todo es que quienes deberían juzgar sus patochadas -propias precisamente de alguien que no se ha enterado de lo que se cuece en el mundo del rock desde principios de los 80- no saben nada, no saben absolutamente nada y creen sus palabras de autobombo, su verbo hinchado de afirmaciones rotundas, más propias de un locutor de radiofórmula que de un especialista en rock. ¿Cuál es la solución que el individuo en cuestión ha encontrado? Ocultar la práctica totalidad de las actividades de artistas que no encajen -que ya son multitud- negar la mayor, hablar de "música minoritaria" y sacar a la luz esos cuatro nombres que sabe cualquiera, hasta sus propios jefes. Si te pilla en medio, prepárate, porque el hombre sabe moverse entre bambalinas con una habilidad inversamente proporcional a sus conocimientos y a sus facultades como escritor. Porque, sí, escribir es lo que hace un crítico de rock, un crítico de cine, al margen de expresar sus opiniones, como bien se empeña en mostrar a quien quiera mi buen amigo Jesús Palacios. Por desgracia, no todos están a la altura, ni profesional ni personal de él. Por desgracia, estos individuos ocupan un inmerecido lugar que tapa la actividad de otros creadores, sólo porque ni han querido reciclarse ni les interesa ni les importa. Sólo su sillón, desde donde tratan de hacer todo el daño posible, ninguneando a aquellos que sí han tenido la inquietud y la profesionalidad de estar al día y aprender cada vez más del pasado. De, en definitiva, amar su trabajo y respetar a sus lectores.

 

La banda sonora del paraísu de Xandru Fernández. Por Miguel Rojo. 02/04/2009.

“Dende mui nuevu, la mio gran ambición foi convertime n’escritor. Mas concretamente, en novelista… De sópetu fui consciente de que nunca nun quixi realmente inventar nada: yo quería –aínda quiero- narrar les esperiencies de xente de carne y güeso, de persones a les que yo mesmu conociera, contar les vides qu’eses persones tuvieren vivío na realidá y non sólo na mio cabeza…”

Con esta curiosa confesión de Martín, personaxe narrardor de la novela y auténticu alter ego del autor, entama l’últimu llibru de Xandru Fernández “LA BANDA SONORA DEL PARAÍSU”, editáu por Trabe.

Esti entamu va ponenos na pista de cuáles son los braeros finxos ente los que se va desarrollar la novela, asina como los oxetivos que l’autor marca nidiamente. Y ye que Xandru Fernández, a la manera de Stendhal, carreta ´l so gran espeyu lliterariu polos valles mineros de Turón, pola realidá que foi  –y sigue siendo-  l’Asturies de fin de sieglu pasáu, pa enseñanos el día a día d’una sociedá estrapayada pol desmantelamientu industrial, por la perda d’un mou de vida a la que se pensaba indisolublemente xunida.

Pa llograr esti efectu “visualizador”, Xandro Fernández echa manu d’unos personaxes de “carne y güesu” –como él diz nel entamu- dibuxaos cola fuerza y precisión a la que yá nos tenía avezaos n’obres como “Les Ruines” o “Los homes de bronce”, y qu’agora, en “La Banda Sonora del Paraíso”, van representar una historia que se mueve ente dos planos temporales (seique hasta morales) y que, sólo al final del llibru, acaben por amestase y dar sentíu a tola obra. Nun d’esos planos atópase ‘l narrador , Martín, col so enfotu por descubrir una historia qu’escribir; nel otru,  Fidel, auténticu protagonista del llibru, carretando una vida, delles veces un tanto rocambolesca, que nun va llegar a ningún puertu porque lo importante nesti llibru nun ye lo que-yos pasa a los personaxes, sinon el trasfondu pol que se mueven.

La crisis industrial, los chamizos mineros, la droga… fain que los personaxes de la novela dean vueltes como cegaratos a la gueta d’una salida que nun van algamar porque, probablemente, nun esiste na realidá, y nun será l’autor quien la enmazcare piadosamente como dexa bien claro na páxina 189, en boca d’una de les protagonistes: el so deseu de nun fracasar “nel enfotu de da-y voz a una xeneración como la nuesa, criada en barrios como ‘l nuesu, fuera en Seattle o n’Asturies”

Diz Milan Kundera: “Una novela nun ye una confesión del autor sinon una investigación de lo que ye la vida humana dientro la falcatrúa na que se convirtió´l mundu”. Y tamién: “El novelista nun ye un historiador nin un profeta, ye un esplorador d’una esistencia al rodiu de los personaxes imaxinarios”. Palabres éstes que Xandru Fernández, seique, podría firmar ensin ningún tipo de rocea, pues definen a la perfección la so manera d’enfocar el so trabayu lliterariu. Ye al través de personaxes como Fidel, Martín, Aladino o Mori, al traves del so aliendu, de les sos frustraciones y suaños, como se fai más prósima y entendible una realidá social que, d’otra miente, sería más difícil de capiscar; y, en tanto qu’entendible, más fácil de cambiar  y transformar.

Xandro Fernández sabe esto y nun ye inocente nel so planteamientu de la novela. Quiciás porque él, nel fondu, ye un revolucionariu nel sentíu más románticu de la palabra, si ye qu’atendemos a otru de los personaxes: “Soi consciente que la única manera de someter al mundu, d’ordenalu, ye narralu, convertilo n’historia”.

Habría qu’avisar qu’ en “La Banda Sonora del Paraísu” el viaxe que nos propón l’autor pol valle de Turón –arquetipo de cualesquier zona con grave esfarrape industrial- ye una cafiante travesía –nun podía ser d’ota forma- por un mundu grís, d’agua y mugor, con personaxes que falen con naturalidá, nun reñida cola bayura llingüística a la que nos tien avezaos l’autor; anque, delles veces, la repetición d’algunos términos acaben por rinchar na llingüa.

Por otru llau, les contínues referencies históriques (como la llegada del home a la lluna por vez primera, la guerra de Chipas, etc) y les musicales centren la obra nun tiempo que nos queda mui cerquina, nunos fechos que conformaron una época y que tovía siguen condicionando ´l nuesu presente y que, como novelista-notariu que ye Xandru Fernández de la sociedá que-y tocó vivir, fará que dientru munchos años cualesquier llector algame una idea clara de lo que fuimos y lo que dexamos de ser nesti cachín del mundo.

“La Banda Sonora del Paraíso” ye, ensin duda, un pasu más na carrera lliteraria de Xandru Fernández, nel so particular ya inconfundible mundu criador, que lu sigue manteniendo dientro esi garrapiellín de bonos narradores n’asturianu –desgraciadamente non muchos; pueden contase colos deos d’una manu-, y que nos fai aprender y esfrutar colos sos llibros y non azotalos contra la paré, como pasa con otres munches noveles que güei en día se publiquen.