Underground.
Exterior día, interior noche.
Con las creencias siempre nos movemos en un terreno resbaladizo. Hay quien las viste como un traje que enseñar a los demás, como una especie de distinción que raras veces se proyecta al interior: Son lo que ellos quieren que los demás vean en ellos. Fariseos que invaden el templo para señalar con el dedo al disidente. Da igual que sea una religión o un régimen político. Los del dedo -¡qué gran imagen la de "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" mostrando con su dedo al humano superviviente y con ese maléfico sonido extraexterrestre, como un silbido que es una sentencia de muerte!- siempre se amparan en la masa y, a través de ella, escondidos en su seno, se permiten el lujo de juzgar a los demás sin que la daga acusadora les señale. En la Semana Santa siempre se me aparece esa extraña mezcla de fervor y de hipocresía. Hay quien siente todo eso como algo propio, con una fe que envidian los descreídos; por otro lado, nos encontramos con aquellos que se dejan arrastrar, que disfrutan confundiéndose en esa masa que empuja las imágenes, que se emborrachan de creencias en la época del año donde mandan el capirote y la procesión masiva, mientras el resto del año ignoran todo lo relativo a esa fe de la que alardean en el momento en que hay que enseñarla en el escaparate social.
Y luego están aquellos que lo llevan dentro, aquellos que ayudan todo el año en los comedores sociales, aquellos que no alardean de sus actos, de sus buenas acciones, aquellos que realmente sienten lo que hacen como un acto personal, íntimo. Quien reza a alta voz en el templo y el que lo hace para sí en la soledad de su habitación. Quien prefiere proyectar su mundo a los demás, alardear -¿no es esto soberbia, uno de los siete pecados capitales de la religión católica?- o sentir su mundo lleno al llegar a la soledad de su persona, ese momento frente al espejo donde cualquier engaño resulta fatuo, donde mentirse sólo es un acto que realizan aquellos demasiado acostumbrados a vivir en una mentira permanente.
Un año más y convertido en un referente cultural que ya cumple su primer lustro, se repite este encuentro literario diseñado y dirigido por el escritor José Luis Espina.
VISOR ‘09 es la continuación de un proyecto iniciado en el año 2005 y en el que ya participaron autores asturianos como Ignacio del Valle y Pepe Monteserín, entre otros. Está patrocinado por la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de El Vendrell y tiene como objetivo acercar a esa geografía municipal la obra y la palabra de destacados autores del actual panorama literario.
El sábado 25 de abril, desde las 12 del mediodía y hasta las 8 de la tarde, tendrá lugar en Vil·la Casals (Casa Museu de Pau Casals) la quinta jornada literaria VISOR ‘09 que este año llevará por título “Líneas d’ombra: Crònica Negra / Líneas de sombra: Crónica negra” una aproximación a la literatura criminal desde la óptica de la crónica social y política como argumento creativo para los autores del género.
Desde que en 1841 Edgard A. Poe publicara Los crímenes de la calle Morgue, la novela policiaca ha transitado por caminos muy diversos, afectada en gran manera por los avatares de una sociedad en permanente estado de transformación, y en la que la corrupción y el delito han ocupado un lugar nada despreciable, un guante que la novela negra recoge desde su óptica más sórdida para ser desmenuzado en clave literaria.
Desde la gran depresión norteamericana de los años veinte, la literatura policiaca pierde ese carácter de mero ejercicio deductivo para incorporar un enfoque más realista y una prosa mucho más cuidada, tomando los acontecimientos sociales y políticos de cada momento como trasfondo argumental.
En ese sentido Líneas d’ombra: Crònica Negra/Líneas de sombra: Crónica negra quiere abordar la denominada crónica de sucesos como material inagotable y fuente de inspiración para la novela negra.
Desde temáticas y geografías diversas Francisco González Ledesma, Jordi de Manuel, Teresa Solana, Lorenzo Silva, Cristina Fallarás y Raúl Argemí expondrán ante los asistentes las claves que dan sentido a su obra y que justifican el éxito de un género literario que desde hace casi treinta años en nuestro país, ha ido ganando adeptos entre autores y lectores.
PROGRAMA
12 h. Francisco González Ledesma
La novela de las calles
13 h. Jordi de Manuel
Narrativa negra como forense: autopsia de la naturaleza humana y de la realidad social
17 h. Teresa Solana
La crónica negra: una excusa para contar historias
18 h. Lorenzo Silva
Los delincuentes mediáticos: de la fascinación a la decepción
19 h. Cristina Fallarás y Raúl Argemí
Política, economía y otros trapicheos: un filón literario
Para saber más
http://visor09cast.blogspot.com
Vivo o muerto
Cuentos del Spaghetti-Western,
Tropo Editores, Zaragoza, 2008.
Detrás de un proyecto así, claro, se necesita a un mago o a un loco. Un negociador, un instigador o un coordinador. En este caso el papel recayó en Óscar Sipán, un escritor febril al que le gusta experimentar, hacer pruebas, combinaciones. También arriesga. Eso es lo que lo hace tan esencial e imprevisible como generoso. De lo contrario, ni Patricia Esteban Erlés, ni Mario de la Torre, ni Norberto Luis Romero, habrían tenido cabida en las páginas de este libro. Poca gente habría confiado en ellos sin el debido currículum. Sin embargo, sus relatos no desentonan, están a la altura del conjunto, en el que habrá quienes establezcan rangos y preferencias, incapaces de valorar Vivo o muerto globalmente como un pastiche basado en un género cinematográfico que era a su vez un pastiche. Sin más. Hay quienes entienden la literatura como un combate de boxeo en el que es preciso tumbar al contrario; puede que yo mismo la entendiese de ese modo en algún momento de mi vida, ahora procuro no olvidar aquella frase de Mike Tyson: «Uno tiene un plan hasta que recibe el primer golpe». Con lo anterior quiero decir que sigo viendo combates de boxeo, ya no lo practico.
Volviendo al principio, ¿qué hemos de juzgar, pues, en un libro colectivo: el conjunto o sus partes? Yo opto por lo primero, lo segundo —además— es una cantinela que he leído muchas —demasiadas— veces. Arthur Schnitzler afirmaba que «eso de la genialidad está muy bien, pero el oficio tampoco es mala cosa». En este caso, estoy de acuerdo porque libros como éste, de varios autores, me parecen experimentos, ejercicios expansivos, intersecciones para ver adónde puede llegar un oficio tan solitario como la literatura cuando se practica entre varias personas al mismo tiempo. Únicamente de esa manera puede la literatura imitar al cine.
Leí en una ocasión que una de las profesiones más burguesas e inmovilistas que había era la de crítico de rock. No puedo estar más en desacuerdo con esa frase. Es más, afirmaría que para ser un buen crítico de rock hay que ser muy inquieto y estar en un permanente reciclaje. Críticos de rock y críticos cinematográficos deben estar al tanto de las novedades pero sin perder de vista el pasado, el más reciente o aquel que se remonta al más lejano. No significa, pues, olvidarse de lo aprendido sino de no perder la perspectiva, algo sumamente difícil cuando el hoy empuja con nuevas sensaciones que deben examinarse desde un compendio de parámetros donde no pierda sentido el pasado ni éste anule a la actualidad.
Claro que, en esta poco valorada profesión, siempre nos encontramos con muchos bultos sospechosos. A algún lamentable ejemplar de esta especie le recuerdo por un consejo infame, propio de un individuo que, hace ya mucho tiempo, debería haber sido borrado de la circulación, pero que, cosas de la vida, se mantiene en su puesto y, desde hace unos pocos meses, vuelve a manchar los periódicos con muchas de sus afirmaciones que son sólo estupideces. Me dijo el tipo, cuando le expresé mi satisfacción por haber conseguido hacerme con una enciclopedia sobre la nueva ola y la música independiente, que un crítico no necesitaba para nada poseer este tipo de libros Lo peor de todo es que quienes deberían juzgar sus patochadas -propias precisamente de alguien que no se ha enterado de lo que se cuece en el mundo del rock desde principios de los 80- no saben nada, no saben absolutamente nada y creen sus palabras de autobombo, su verbo hinchado de afirmaciones rotundas, más propias de un locutor de radiofórmula que de un especialista en rock. ¿Cuál es la solución que el individuo en cuestión ha encontrado? Ocultar la práctica totalidad de las actividades de artistas que no encajen -que ya son multitud- negar la mayor, hablar de "música minoritaria" y sacar a la luz esos cuatro nombres que sabe cualquiera, hasta sus propios jefes. Si te pilla en medio, prepárate, porque el hombre sabe moverse entre bambalinas con una habilidad inversamente proporcional a sus conocimientos y a sus facultades como escritor. Porque, sí, escribir es lo que hace un crítico de rock, un crítico de cine, al margen de expresar sus opiniones, como bien se empeña en mostrar a quien quiera mi buen amigo Jesús Palacios. Por desgracia, no todos están a la altura, ni profesional ni personal de él. Por desgracia, estos individuos ocupan un inmerecido lugar que tapa la actividad de otros creadores, sólo porque ni han querido reciclarse ni les interesa ni les importa. Sólo su sillón, desde donde tratan de hacer todo el daño posible, ninguneando a aquellos que sí han tenido la inquietud y la profesionalidad de estar al día y aprender cada vez más del pasado. De, en definitiva, amar su trabajo y respetar a sus lectores.
“Dende mui nuevu, la mio gran ambición foi convertime n’escritor. Mas concretamente, en novelista… De sópetu fui consciente de que nunca nun quixi realmente inventar nada: yo quería –aínda quiero- narrar les esperiencies de xente de carne y güeso, de persones a les que yo mesmu conociera, contar les vides qu’eses persones tuvieren vivío na realidá y non sólo na mio cabeza…”
Con esta curiosa confesión de Martín, personaxe narrardor de la novela y auténticu alter ego del autor, entama l’últimu llibru de Xandru Fernández “LA BANDA SONORA DEL PARAÍSU”, editáu por Trabe.
Esti entamu va ponenos na pista de cuáles son los braeros finxos ente los que se va desarrollar la novela, asina como los oxetivos que l’autor marca nidiamente. Y ye que Xandru Fernández, a la manera de Stendhal, carreta ´l so gran espeyu lliterariu polos valles mineros de Turón, pola realidá que foi –y sigue siendo- l’Asturies de fin de sieglu pasáu, pa enseñanos el día a día d’una sociedá estrapayada pol desmantelamientu industrial, por la perda d’un mou de vida a la que se pensaba indisolublemente xunida.
Pa llograr esti efectu “visualizador”, Xandro Fernández echa manu d’unos personaxes de “carne y güesu” –como él diz nel entamu- dibuxaos cola fuerza y precisión a la que yá nos tenía avezaos n’obres como “Les Ruines” o “Los homes de bronce”, y qu’agora, en “La Banda Sonora del Paraíso”, van representar una historia que se mueve ente dos planos temporales (seique hasta morales) y que, sólo al final del llibru, acaben por amestase y dar sentíu a tola obra. Nun d’esos planos atópase ‘l narrador , Martín, col so enfotu por descubrir una historia qu’escribir; nel otru, Fidel, auténticu protagonista del llibru, carretando una vida, delles veces un tanto rocambolesca, que nun va llegar a ningún puertu porque lo importante nesti llibru nun ye lo que-yos pasa a los personaxes, sinon el trasfondu pol que se mueven.
La crisis industrial, los chamizos mineros, la droga… fain que los personaxes de la novela dean vueltes como cegaratos a la gueta d’una salida que nun van algamar porque, probablemente, nun esiste na realidá, y nun será l’autor quien la enmazcare piadosamente como dexa bien claro na páxina 189, en boca d’una de les protagonistes: el so deseu de nun fracasar “nel enfotu de da-y voz a una xeneración como la nuesa, criada en barrios como ‘l nuesu, fuera en Seattle o n’Asturies”
Diz Milan Kundera: “Una novela nun ye una confesión del autor sinon una investigación de lo que ye la vida humana dientro la falcatrúa na que se convirtió´l mundu”. Y tamién: “El novelista nun ye un historiador nin un profeta, ye un esplorador d’una esistencia al rodiu de los personaxes imaxinarios”. Palabres éstes que Xandru Fernández, seique, podría firmar ensin ningún tipo de rocea, pues definen a la perfección la so manera d’enfocar el so trabayu lliterariu. Ye al través de personaxes como Fidel, Martín, Aladino o Mori, al traves del so aliendu, de les sos frustraciones y suaños, como se fai más prósima y entendible una realidá social que, d’otra miente, sería más difícil de capiscar; y, en tanto qu’entendible, más fácil de cambiar y transformar.
Xandro Fernández sabe esto y nun ye inocente nel so planteamientu de la novela. Quiciás porque él, nel fondu, ye un revolucionariu nel sentíu más románticu de la palabra, si ye qu’atendemos a otru de los personaxes: “Soi consciente que la única manera de someter al mundu, d’ordenalu, ye narralu, convertilo n’historia”.
Habría qu’avisar qu’ en “La Banda Sonora del Paraísu” el viaxe que nos propón l’autor pol valle de Turón –arquetipo de cualesquier zona con grave esfarrape industrial- ye una cafiante travesía –nun podía ser d’ota forma- por un mundu grís, d’agua y mugor, con personaxes que falen con naturalidá, nun reñida cola bayura llingüística a la que nos tien avezaos l’autor; anque, delles veces, la repetición d’algunos términos acaben por rinchar na llingüa.
Por otru llau, les contínues referencies históriques (como la llegada del home a la lluna por vez primera, la guerra de Chipas, etc) y les musicales centren la obra nun tiempo que nos queda mui cerquina, nunos fechos que conformaron una época y que tovía siguen condicionando ´l nuesu presente y que, como novelista-notariu que ye Xandru Fernández de la sociedá que-y tocó vivir, fará que dientru munchos años cualesquier llector algame una idea clara de lo que fuimos y lo que dexamos de ser nesti cachín del mundo.
“La Banda Sonora del Paraíso” ye, ensin duda, un pasu más na carrera lliteraria de Xandru Fernández, nel so particular ya inconfundible mundu criador, que lu sigue manteniendo dientro esi garrapiellín de bonos narradores n’asturianu –desgraciadamente non muchos; pueden contase colos deos d’una manu-, y que nos fai aprender y esfrutar colos sos llibros y non azotalos contra la paré, como pasa con otres munches noveles que güei en día se publiquen.